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Irreversible o la incoherencia escondida a plena vista8 minutos de lectura

por Antonio Rivera
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Tengo un enorme problema con el cine de Gaspar Noé. Siento cierta simpatía por sus historias, pero no puedo con su forma de mostrarlas. Aunque se aprecia cierto progreso en su filmografía, este director argentino es un cineasta de costumbres, que en cada pieza suele pasar por los tropos habituales de sus otras obras; y hay uno de esos tropos que no soporto. Si algo me aleja completamente de sus películas, es la sobreexplicación. Y, si además va en contra de todo lo mostrado en el resto del film, apaga y vámonos. El de su cinta Irreversible quizá no sea el caso más flagrante, pero sí el que a mí más me irrita. ¿Por qué, Gaspar? La película avanzaba tan correctamente y tuviste que aparecer para asegurarte de explicitar tu mensaje, que además dista bastante del otro discurso que los elementos de tu obra, lo quieras o no, construyen. Un film que podría haber sido tanto…

En Irreversible, Noé nos muestra la progresiva deconstrucción de los protagonistas, Marcus y Pierre, a medida que, arengados a la venganza por una mafia, buscan, encuentran y masacran al hombre al que confunden con el responsable de la brutal violación de la novia del primero, Alex, en los suburbios parisinos. El realizador francés estructura su narración hacia atrás, mostrando primero los dantescos resultados de una serie de actos repugnantes y decisiones pésimas que se descubren más tarde. El film levantó no poca polémica en su estreno en 2002, debido a lo explícito de sus imágenes. Al director no le tiembla el pulso a la hora de mostrar a la audiencia escenas como el violento asesinato del falso culpable o la violación antes mencionada de forma íntegra, esta última en un crudo único plano de ocho minutos que subraya que al director no le faltan agallas. Y entonces llega la hecatombe. El film parece haber acabado y ¡pum! El último fotograma es un cartelón negro con una sentencia en mayúsculas blancas que se come la pantalla: “le temps détruit tout”. El tiempo lo destruye todo. ¿A qué va tu película, Gaspar?

Difícilmente el paso del tiempo tenga algo que ver en la desastrosa sucesión de los acontecimientos. Haciendo grandes concesiones, podría asumirse que esta frase alude al determinismo irrevocable que Noé parece querer dar a entender con el broche final, en el que se sugiere que todo lo contemplado ha sido un sueño premonitorio de la protagonista; retazos de un destino inescapable. Pero, ni con esas, el papel del tiempo iría más allá de lo que se pudiera esperar: el tiempo avanza, sí, pero son los personajes los que eligen que la historia se desencadene de forma tan atroz. El tiempo no es un agente, sino un marco. Esta actitud me recuerda irremediablemente a la típica historia de Hideo Kojima, el desarrollador de videojuegos japonés. El peso que da a las cinemáticas en sus obras, siempre intentando que el poso que dejen sea el que él había ideado, y no el que el jugador pueda extraer por sí solo; ese aire confusionista y pretencioso para luego caer, irónicamente, en una sobreexplicación que acaba matando la obra. Todo eso hace que Irreversible destile un aroma muy propio de los Metal Gear Solid, y en el peor de los sentidos posibles.

No quiero decir que Irreversible me desagrade –ni mucho menos. Es una película descarnada que toma decisiones muy acertadas en los momentos precisos. La fotografía es una destacable exhibición de savoir faire, en la que las rotaciones y balanceos de una cámara progresivamente menos movediza representan la locura en la que se ven sumidos los personajes, en este caso en una escalada regresiva porque la trama se desarrolla marcha atrás. Ese descenso a los infiernos de la Divina Comedia se apoya con una apariencia psicodélica y una exagerada ganancia en los tonos rojos que no hacen sino empaquetar una narración sólida. En cuanto a la explícita escena de la violación, hay poco que decir. La secuencia tiene una intención, que es desagradar, y lo consigue. No veo por qué iba a ser criticable el hecho de mostrar algo horrendo de una forma igual de horrenda. Obligar al espectador a contemplar, impotente, esa espantosa situación ya es un claro mensaje sobre el propósito del autor. Irreversible es, a fin de cuentas, un producto bastante correcto. Además, su principal defecto no es, ni mucho menos, algo extraño. Obras como El Hobbit o el anime de Death Note tenían problemas para, respectivamente, comprender su propia esencia o la del material que estaban adaptando en términos de tono y ritmo. Sin embargo, a pesar de que ambas tenían problemas, no hacían gala de un descaro tan repelente.

Creo que es conveniente hablar de otras dos obras de Gaspar Noé para entender la magnitud del tiro en el pie que Irreversible se pega en sus últimos cinco segundos. Su primer largometraje, Seul contre tous, pone sobre la mesa el tema de lo banal de la muerte, no desde una intención exploratoria sino desde la desidia resignada que luego sería habitual en las obras del autor. A través de una historia de egoísmo y caída, Noé muestra que la futilidad del esfuerzo y lo imperturbable de las consecuencias de los actos humanos llevan, como siempre, al sexo. Todo en su obra refiere al sexo. En Love, el último largo de Gaspar Noé hasta la fecha, el director se muestra menos atrevido, pero más certero. Es un producto sencillo y superficial, pero efectivo. Noé enseña, a través de un triángulo amoroso, el deterioro de una relación amorosa por la rutina y la cotidianeidad, absoluto contrapunto de las personalidades efervescentes de los protagonistas, artistas en fase de autodescubrimiento. La obra propone que la antítesis del arte, del nihilismo activo, de la vida de instintos, es el amor, al menos en su concepción más clásica. Es la destrucción iconoclasta de una figura, un significante, que lleva a cuestionarse la verdadera naturaleza de su significado; pone en duda la diferencia entre amor y sexo, y hasta la existencia de esa misma línea divisoria. Y todo se reduce, de nuevo, al sexo. Distintos caminos, misma conclusión.

La filmografía de Gaspar Noé es, sin duda, homogénea. Existe una idea transversal que cruza sus obras, convirtiéndolas en acercamientos distintos a un mismo concepto. Además, las diversas historias se sienten enlazadas, conectadas de alguna manera; y esto es porque Gaspar Noé –también escritor de las obras que dirige– es un autor de personajes rotos, de figuras deformadas, disfuncionales. De hombres ya perturbados desde antes de que se les presente en pantalla, y cuyo carácter se acentúa con las circunstancias. Shun Umezawa construyó personajes parecidos en su antología de manga Bajo un cielo como unos pantis: personas heridas, castigadas, que no encuentran más sentido a la vida que el sexo, y que matan el tiempo en la realización egoísta de sus fantasías mientras esperan a que el tiempo los mate a ellos. Sí, el tiempo. Con Noé, todo acaba siempre marcado a fuego por dos elementos: el sexo y el tiempo. ¿En qué se equivoca, entonces, Irreversible? En sus excesos.

Mi problema con esta película es elementalmente conceptual. Irreversible no va desencaminada, pero se pierde en su propia premisa. La escala que alcanzan los acontecimientos acaba matando el discurso, y se hace impensable atribuir sucesos de esa gravedad a la degeneración paulatina que provoca el paso del tiempo. El propósito que la narración deja entrever, hasta que aparece el maldito cartelón, es más bien la exposición sin anestésicos de la naturaleza sucia del ser humano, no el carácter destructivo del tiempo. No es el tiempo, es el violador. No es el tiempo, es la mafia. No es el tiempo, es el personaje que se topa con la violación mientras esta ocurre y se da la vuelta. El tiempo no hace más que servir de juguete del autor, un elemento a retorcer para refrescar la estructuración del relato. Los causantes de la tragedia en esta historia tienen nombre y apellidos.

Voy a ser sincero. La única razón por la que este artículo es una crítica de Irreversible, en lugar de una revisión de la obra completa de su director, es que no he sido capaz de encontrar en mí las fuerzas suficientes para enfrentarme a las probablemente irritantes dos horas y media que dura Enter the Void, el único de sus largometrajes que no he nombrado. Después de tres filmes, me cuesta confiar en Gaspar Noé. Entrar a una de sus obras sin temer una decepción que eche por tierra un trabajo meritorio es algo de lo que, ahora mismo, no me veo capaz. Y todo por esos últimos cinco segundos de Irreversible. Un film que podría haber sido tanto y, ¡ay!, se quedó en tan poco.

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