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No lo olvides nunca4 minutos de lectura

por Andrea López
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El uno de Mayo de 1996 salió el sol, y tú ni siquiera lo sabes.

Tardarás en ser consciente y capaz de almacenar recuerdos felices. Tu cerebro no está suficientemente desarrollado todavía, y, si te soy sincera, sólo venía para presagiarte de algo que tú misma comprobarás a medida que vayas creciendo.

Ahora mismo está dándose un baño mientras papá te sostiene en brazos, mirándote asombrado, feliz. Desde que llegaste están boquiabiertos, más despiertos, despeinados. Se quieren más de lo normal, pero tienen menos tiempo para demostrárselo.

Vas a ser una locura, y ella lo sabe. Su locura favorita.

Y sí, ella. De eso quería hablarte. No suelo escribir a mi yo del pasado muy a menudo. Es decir, es la primera vez que lo hago, con la única pretensión de que un día, con veinte años y miles de cicatrices, te pares a pensar en ese ángel que supo vendarte las heridas.

Te darás cuenta de que es de las pocas personas, qué digo de las pocas, la única persona en el mundo, que ha estado ahí desde ese esperado principio. Desde que berreabas en la sala del quirófano hasta que se te cayó tu primer diente; desde que saliste de la peluquería llorando por primera vez hasta que lloraste de verdad cuando viste el último capítulo de verano azul, y empezabas a sentir esa necesidad innata de escribirlo todo cuando estabas triste.

Poco a poco vas a entender que todo lo que hizo, hace y hará lleva una razón implícita, y  no es otra que tú. Por ti su sacrificio, su esfuerzo, su vida. Tu pequeño ombligo de bebé regordete que se dedica a jugar destrozando peluches, es su razón para levantarse cada día, y tú ni siquiera lo sabes.

Pero también te diré que ella no va a ser fácil; va a dejar que tropieces mil veces con la misma piedra; permitirá que te enamores de quién quieras, que elijas tus amistades, y tú misma repares tus errores. No va a intervenir en tus peleas, en tus problemas con los profesores del colegio porque no cierras el pico; dejará que te las arregles, convirtiéndote en lo que eres ahora. Y un día, aunque aún no lo sepas, le darás las gracias. Gracias por saber en qué preciso momento la necesitas, por tener siempre un as en la manga; esa palabra de apoyo que consigue que vuelvas a confiar en ti misma. Pero también, por saber ponerte los pies en el suelo cuando te invaden los pajaritos.

Sus miles de pistas, aparentemente imperceptibles, te indicarán el mejor camino. Y no tendrás la certeza de que existen, hasta el momento en que un día, te mires en un espejo y veas a esa persona que tanto ansiabas llegar a ser. Entonces, no sólo le darás las gracias, sencillamente comprenderás el enorme papel que ha representado durante toda tu vida; siempre detrás de tu espalda por si te caes; siempre por delante del resto para tenderte su mano…y, por si alguna vez tienes dudas; siempre, siempre, a tu lado.

Por esto, y por millones de cosas más, espero que tengas presente que ella, es el mayor regalo que la vida ha podido hacerte, y ahora que todavía eres una mocosa sin preocupaciones, te daré un consejo; aprovéchala. Disfruta de su compañía hasta que se harte y te mande a jugar con tus amigos, hazle reír a carcajadas, nunca te canses de hacer payasadas para verla contenta. Abrázala, dale todo tu cariño, porque solo ella es capaz de apreciar tanto un detalle tan insignificante como un beso en la mejilla. Acompáñala a cualquier parte del planeta, habla con ella…pero sobre todo, recuerda decirle cada día que la quieres; al oído, bajito, o dedicado a todo el vecindario. Porque si lo piensas, un ángel merece eso, y mucho más.

Y ahora que te has quedado dormida, que tienes miles de sueños que cumplir, millones de cosas que aprender, que estudiar, que experimentar, sólo venía para presagiarte de algo que tú misma comprobarás a medida que vayas creciendo; no hay amor comparable al de una madre. No lo olvides nunca.

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