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Adeu Barcelona3 minutos de lectura

por Jorge Osma
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Una de las cosas que más valoro de mi vida es haber tenido la suerte de viajar, de viajar mucho. Andalucía, Valencia, Galicia, Asturias, Alemania, Reino Unido, Marruecos, Grecia, Bulgaria, Ecuador,… Pero, por una cosa o por otra, nunca he conocido Barcelona. Es de esas cosas imperdonables, como no haber contemplado el atardecer sobre la Alhambra o paseado bajo el bosque de columnas de la mezquita de Córdoba.

El domingo, casi desde primera hora de la mañana, sus calles estuvieron en mi retina durante horas. Pero nada tenían que ver esas imágenes con el Parc Güell, las ramblas, la Barceloneta o el Barrio Gótico.

En su lugar, miles de ciudadanos se concentraron en colegios para albergar un amago de referéndum que un Govern les hizo considerar como válido a cualquier precio: con censo universal, votos a mano y sin control alguno. Los que tuvieron suerte, participaron del simulacro más de una vez incluso.

Pero muchos otros, sin embargo, se vieron ante centenares de miembros de la Policía y la Guardia Civil que, con mandato judicial, cargaron contra los presentes. Si bien en un primer momento con gestos de profesionalidad absoluta apartando a la gente con niños, poco después con una brutalidad que recuerdan a los años más duros de los gobiernos de Rajoy.

Puertas de colegios reventadas, gente arrastrada por el suelo o escaleras abajo… El Gobierno de España cayó en la trampa del independentismo: la imagen de una resistencia pacífica contestada de la manera más brutal.

La comunicación política es en ocasiones muy tramposa, pero siempre muy eficaz. Las imágenes de ayer valieron más de 100 discursos en pro de una Cataluña independiente. ¿Acaso algún medio internacional recoge cómo reaccionaba la población cuando veía posible atacar a un policía?

 

O, ¿acaso alguien recuerda cómo los Mossos que ayer eran aclamados como herois del poble cargaban hace pocos años contra ese mismo poble?

Por desgracia para todos nosotros, todas estas imágenes, unas y otras, son vergonzosamente reales. Las patadas, las cargas, los gritos, los llantos,… Como real es la desolación que se extiende (o así lo quiero pensar) entre las personas con dos dedos de frente en este país.

El domingo se dinamitó ¿el último? puente en cuya mitad podíamos encontrarnos. Dinamitado por unas élites políticas, en Madrid y en Barcelona, que fingen abatimiento ante una realidad que cumple al dictado sus planes. Mientras en las calles hay llantos y gritos, parece que en Moncloa y en el Palau hay brindis: todos han bordado su papel.

En los próximas días, es posible que tengamos el “privilegio” de superar la famosa frase de Otto von Bismarck:

“Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido”

Por eso, antes de haber ido, ya me tocará decir “Adeu, Barcelona”.

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