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Cuestión de expectativas6 minutos de lectura

por Paula Ramos Romero
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La eterna pregunta: ¿Engañan las apariencias o las expectativas? Quizá las segundas sean el desarrollo natural de las primeras en base al discurso. Los discursos informan sobre hechos o situaciones, se construyen en relación a otros individuos y sirven para conocer las categorías que se ponen en juego en cualquier proceso de comunicación social. Conocer el discurso de alguien, además, es fundamental para descubrir qué relaciones establece esa persona con su entorno inmediato. Cabe recordar que la sociología entiende al individuo de manera diferente a la economía o la psicología. Norbert Elías ya anunciaba que los seres humanos estamos inmersos en una serie de entramados de interdependencia en los que pensamos, gestionamos y ejecutamos decisiones en base al resto de actores y que, a mayor control del juego social, mayor margen de acción para la consecución de los intereses individuales.

La Sinfonía Nº 40 en sol menor (KV 550) es, quizá, la pieza más popular de Wolfgang Amadeus Mozart y su composición data de 1788. Cuando el sonido de tan conocida melodía clásica llega a nuestros oídos, es natural que viajemos en el tiempo y reparemos acerca del enorme éxito y reconocimiento que ha cosechado la obra de este compositor a lo largo de los siglos. Sin embargo, si se estudiara este importante personaje atendiendo a su vida, a su entorno y al contexto que le rodeaba, ¿se podría inferir que Mozart fracasó desde un punto de vista sociológico?

Hay que señalar que el marco en el que se movía el autor era convulso, debido a que la incipiente sociedad industrial de la segunda mitad del siglo XVIII favorecía el ascenso de la burguesía y la pérdida progresiva de poder y popularidad por parte de la nobleza. Mozart nace en la ciudad austriaca de Salzburgo en el año 1756. El hecho de que desde su niñez demostrara un dominio prodigioso de instrumentos como el teclado y el violín y de que compusiera e interpretara obras musicales con tan solo cinco años, hizo que se convirtiera en objeto de atención por parte de la aristocracia y la realeza europeas. Era natural que, siguiendo esta línea, fuera contratado como músico en la Corte de Salzburgo a la edad de 17 años. No obstante, su incomodidad, su frustración y su inquietud constantes le acarrearon serios conflictos en la corte y turbulencias con su patrón, el arzobispo de Salzburgo Hieronymus von Colloredo. Finalmente, Mozart se marcha para viajar y afincarse en Viena. Allí, pese a atravesar por dificultades financieras puntuales, alcanzaría la fama; lo haría de un modo diferente al que esperaba, pero, sin duda, le acompañaría el resto (y más allá) de su vida.

Mozart no triunfó en tanto en cuanto no supo dar respuesta efectiva a sus expectativas ni cumplió con todos los objetivos que él mismo se había propuesto. En primer lugar, el origen social de su familia pequeño-burguesa influye en que el compositor no se adapte a la corte; en segundo lugar y atendiendo a las posibilidades de ascenso social, cabe destacar que Mozart acaba en una corte pequeña, a pesar de que había sido educado con el fin de acabar en un gran reino que presentase un gran capital y multitud de influencias; y, por último, es determinante añadir que Mozart pierde el favor de quienes un día le avalaron. Se siente frustrado e incompleto, ya que realmente se había preparado para tocar ante una cantidad ingente de público y no delante de unos pocos aristócratas. El pianista clásico por excelencia fracasa porque, pese a su talento individual, las instituciones sociales de la época, que impiden la existencia de un mercado libre de arte, determinan que las expectativas de Mozart no se puedan culminar.

Los seres humanos buscamos reducir la incertidumbre propia del mundo actual a través de la realización de nuestras expectativas ficcionales que, según el sociólogo alemán Jens Beckert, son relatos o narraciones que habilitan la acción ante un futuro poco previsible; pero en el camino hacia la transformación de probabilidad en realidad el cálculo individual es insuficiente. El líder nacional del Partido Popular estimó que, si instaba a que Mañueco convocara elecciones anticipadas en Castilla y León, la mayoría absoluta era factible, pero también necesaria para acallar la crisis interna de su partido y fortalecer su imagen como posible alternativa al Gobierno de Sánchez.

Siguiendo la estela del joven compositor austriaco, puede que Casado confiara demasiado en su «talento individual», obviando la existencia de muchos otros factores que podían condicionar el resultado final. A pesar del aparente triunfo derivado de haber sido primera fuerza tras las elecciones, el verdadero fracaso queda disfrazado tras una victoria pírrica: quedó muy lejos de su ansiada mayoría absoluta, distanciándose en gran medida del ya propuesto y desgastado «cambio de ciclo».

Casado fracasa porque, pese a haber ganado las elecciones, son otros actores los que adquieren la preponderancia suficiente como para presumir de cierto éxito: el PSOE no sufre ningún descalabro, obteniendo su segundo mejor resultado electoral en una comunidad históricamente conservadora como Castilla y León; el auge de Vox se materializa en la consecución de un número de escaños suficiente como para ser determinante, e incluso parte, en la formación de gobierno; y la España Vaciada entra con fuerza en las Cortes, sirviendo como ejemplo y referente para otras plataformas similares en el resto de territorios del país. Además, estas elecciones aceleran algunos procesos que ya estaban en marcha: la desaparición de Ciudadanos, que reduce su representación en once diputados; la pérdida de popularidad de Unidas Podemos, que sólo consigue un escaño; y la erosión del liderazgo de Casado frente a Ayuso. El teórico «cambio de ciclo» se invierte en el momento en el que la ciudadanía en su conjunto, en lugar de hablar sobre la reciente victoria del Partido Popular en Castilla y León como pretendía Casado, tiene más presente el fallo de Casero que implica la aprobación de la reforma laboral del Gobierno de Coalición o la pugna descarnada entre Génova y Sol.

En otro orden de cosas, parece un milagro u obra de los dioses que tal contienda descarnada y fratricida parezca sofocarse tan pronto. En la mitología romana, Mercurio es el Dios del comercio y de los ladrones. Se suele representar asociado a un caduceo con dos serpientes alrededor de un bastón alado. Se dice que Mercurio, mientras paseaba un día por el desierto, encontró a dos serpientes que se peleaban de forma tan agresiva, que tuvo que clavar una vara entre las dos para separarlas; aunque sólo sería momentáneamente, puesto que de una manera u otra estarían condenadas a vivir juntas para siempre en torno a él. Mercurio (Hermes en la mitología griega o Feijóo en la política española) tendría el bastón de la mediación eternamente. Hay que recordar que los discursos son importantes, pero mantener el relato y la coherencia interna también.

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