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Doñana, de espacio protegido a urna electoral5 minutos de lectura

por Paula Ramos Romero
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Hace una década, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamaba el 21 de marzo como el Día Internacional de los Bosques. La conmemoración, que sería propuesta en el año 2012 y llevada a cabo desde el año 2013, nace de la preocupación global, creciente y evidente por la emergencia climática y la pérdida irreversible de todo tipo de especies. Actualmente, tenemos la evidencia científica de que la mano del ser humano está detrás del daño causado al frágil equilibrio que permite la vida en nuestro planeta; así como la certitud de que depende también de la humanidad en su conjunto reparar el deterioro causado y frenar el que aún está por venir, pues tenemos, como sociedad, los medios y las técnicas para hacerlo posible.

Durante años han circulado las versiones más variadas e irracionales del negacionismo climático. En el presente, sólo quedan algunos fanáticos que siguen negando la evidencia. El tiempo ha probado que la batalla contra la emergencia climática requiere de coraje, determinación, escucha, solidaridad y liderazgo y de fijar los compromisos entre los actores principales: colectivos y organizaciones ambientales, empresas, sociedad civil y gobernantes; aunque lo más importante es pasar de la palabra a los hechos. Para ello, es necesario que todos los países cumplan con los acuerdos y objetivos establecidos por las sucesivas Cumbres del Clima (la última -COP26- celebrada a finales del año pasado en la ciudad escocesa de Glasgow) y, en especial España, que también debe seguir con la Agenda 2030.

El compromiso con el medio ambiente se demuestra todos los días del año. Hoy, políticos que son incapaces de vivir sin carburantes, de viajar de manera sostenible o de comprar en el comercio de proximidad se fotografiarán con plantas y animales a lo largo y ancho de la esfera terrestre. Mañana, las políticas públicas medioambientales seguirán brillando por su ausencia y las decisiones tomadas desde el ámbito público seguirán perjudicando al medio natural de múltiples maneras.

La última tentativa de atrocidad medioambiental ha sido protagonizada por el Gobierno de la Junta de Andalucía. A propuesta del PP, Ciudadanos y Vox, se pretende aumentar las zonas de regadío del Condado de Huelva. Bajo el pretexto de proteger la agricultura y favorecer al fruto rojo, se incrementará en más de 1.400 hectáreas el suelo regable, regularizando el cultivo ilegal hasta el momento y menoscabando directamente la capacidad de los acuíferos de Doñana.

El poeta José Manuel Caballero Bonald decía que Doñana es «la primera visión sensitiva del edén». No obstante, el Parque Nacional -nombrado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1994- ya no es esa tierra «virgen, primigenia, favorecida por los Dioses y a la que nadie nunca podría mancillar» de la que nos hablaba el escritor en su Diario de Argónida; Doñana se queda sin agua y San Telmo pretende asfixiarla.

La derecha y la extrema derecha en el Parlamento andaluz aspiran a seguir adelante obviando las protestas ecologistas, las firmas ciudadanas, las recomendaciones de la Secretaría de Estado de Medio Ambiente del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, los dictámenes de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (la cual declaró el acuífero principal de Doñana sobreexplotado en 2020) y el Derecho Comunitario en su conjunto. Además, los pluviómetros confirman los peores presagios: no ha llovido y Doñana se muere de sed.

El Ejecutivo andaluz sortea (que no ignora) la cooperación con la agricultura intensiva, los regadíos ilegales y los pozos irregulares puede conllevar la pérdida de millones de euros en fondos europeos por parte de nuestro país. La Comisión Europea manifiesta su preocupación constante y recuerda que ya denunció a España ante el TJUE en 2021 por no haber protegido de forma adecuada la masa de agua subterránea que alimenta los Humedales de Doñana.

Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que no es casualidad que las elecciones en Andalucía estén a la vuelta de la esquina. Aunque la sensibilidad ciudadana hacia los espacios naturales protegidos y el medio ambiente se haya acentuado en los últimos tiempos, sigue habiendo empresarios que ven en un bosque un salón repleto de muebles de madera tallada y políticos que perciben a Doñana como una urna electoral. Serían miles los votos que podrían proceder del entorno de una agricultura que, en lugar de adherirse a la normativa de ordenación territorial vigente desde 2014, optara por continuar sustrayendo agua de Doñana; agua de la que el propio paraje se sirve para garantizar la vida de las especies que allí residen, migran o descansan. Cabe señalar que Doñana, en concreto, y la provincia de Huelva, en general, se presentan como el paraíso terrenal y migratorio para una gran masa arbórea y para todo tipo de especies animales, destacando un sinfín de aves que hasta ahora han encontrado en este espacio natural la intersección perfecta entre el sur de Europa y el norte de África.

Coincidiendo con el Día Internacional de los Bosques, abogaría por que se explorasen otras opciones fundadas en la sostenibilidad y se revirtiera cualquier cambio que pueda afectar al horizonte arbolado, al paisaje marismeño y a la pausa de Doñana; ya que, si el progreso no es sostenible, no merece la pena ser llamado progreso.

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