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Perder el miedo4 minutos de lectura

por Guillermo Díaz Martínez
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Durante toda la semana, hemos asistido al reverdecimiento del debate sobre las competencias del Estado y las CCAA, la reforma de la Constitución y el papel del Senado en nuestro sistema político.

El pistoletazo de salida lo daba el Ministro de Justicia, Rafael Catalá, al declarar que veía “posible” abordar el debate sobre la reforma constitucional en ciertos aspectos, como la delimitación de las competencias, la supresión del aforamiento de los diputados autonómicos, el reconocimiento de nuevos derechos o la eliminación de la preferencia del varón sobre la mujer en la sucesión a la Corona, que recordemos prevalece sobre el criterio de la mayor o menor edad. A continuación, el Presidente Rajoy, confirmaba estas palabras, pero dejaba claro que es un debate que se deberá tener la próxima legislatura.

El PSOE, que calificó de demasiado tibia la propuesta del Gobierno, ha encargado a un grupo de expertos una propuesta de reforma constitucional que se centre en aspectos tales como el blindaje del Estado del Bienestar, la implantación de un modelo federal con un Senado como verdadera cámara de representación territorial, medidas  de calidad democrática o la constitucionalización del modelo de financiación autonómico, además de la compilación de nuevos derechos.

Entre las propuestas de Podemos, aun no encontramos definido el modelo de reforma constitucional que defiende, mientras que en el caso de Ciudadanos, la propuesta parece que puede ir por la misma senda que el anuncio del Gobierno, pese a que aún se encuentra en proceso de elaboración.

Centrándonos en el modelo territorial, se puede decir que hay un cierto acuerdo en los problemas que existen, es decir, un Senado que no cumple con su cometido de Cámara de representación territorial; una vaga delimitación de competencias que significa frecuentes problemas a la hora de ejercerlas y el deficiente modelo de financiación autonómica. Sin embargo, a la hora de abordar soluciones, los dogmas y el calculismo electoral hacen acto de presencia, obligando a los grandes partidos estatales a pasar por encima de los debates que necesariamente se deben celebrar. Valga como ejemplo el recelo que ha levantado en el PSOE de Andalucía la petición de los expertos convocados por Pedro Sánchez, referida a reconocer la singularidad catalana expresamente en la Constitución.

En mi opinión, cada generación debería revisar totalmente las decisiones que ha tomado la precedente, por lo que ya toca hablar de verdad sobre la reforma de nuestra Carta Magna. Ha llegado el momento de abordar la cuestión con claridad, poniendo sobre la mesa todas las opciones posibles, con sinceridad y con lealtad, sin chantajes. Quizás descubramos que hay muchas cosas que funcionan bien tal y como están y que no hay que cambiarlas, o quizás descubramos que la Transición no fue más que un cuento chino que contaron a nuestros padres para tenerles tranquilos en casa, debiendo destruirlo todo. Y oye, quién sabe, a lo mejor acabamos llegando a la conclusión de que sólo hace falta adaptar ciertas cuestiones, reforzando lo bueno y desprendiéndonos de lo malo.

¿Por qué no nos hacemos ciertas preguntas abiertamente? ¿Es malo que nos planteemos como sociedad si la Constitución debe reconocer la diferencia de aquellos lugares con cultura, tradiciones y lengua propia? ¿Es malo que hagamos un análisis real de la pervivencia del Senado, en vez de asumir que debe seguir existiendo y proponer mejoras sobre el mismo? ¿Es malo que nos planteemos si la solidaridad interterritorial debe seguir existiendo?  ¿Es malo que pensemos si las Comunidades Autónomas siguen teniendo sentido o si deberían devolver al Estado algunas de sus competencias?

Por supuesto que ninguno de estos debates hacen daño a nuestra sociedad, todo lo contrario. Es el miedo el que nos hace daño. El miedo a perder un puñado de votos o el miedo a que una vez abierto el melón, sea imposible cerrarlo en buenas condiciones. La mejor forma de que una generación se sienta identificada con su país es que participe activamente en un debate que cuestione todas las estructuras políticas e institucionales. Sólo así se sentirá orgullosa de sus aciertos y responsable de sus errores. Perdamos el miedo.

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