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Las Turbas y tú4 minutos de lectura

¡Que lo bailen!

por David Cardeñosa
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En varias ciudades de España, durante el Viernes Santo se da un tipo especial de procesión, aquella que viene acompañada por tambores, bombos y clarines. Una de las más célebres de España, junto con Calanda (Teruel), es la procesión del Camino del Calvario de Cuenca, conocida popularmente como «Las Turbas» que recorre el casco histórico de la Ciudad Patrimonio de la Humanidad desde las 5:30 de la madrugada hasta, aproximadamente, el mediodía del propio Viernes Santo.

Según la Venerable Hermandad y Cofradía de Nazarenos de San Juan Apóstol Evangelista de Cuenca – popularmente San Juan «El Guapo» – los primeros registros de procesiones en Cuenca coincidentes en lugar y horario se dan a partir de 1586, sin embargo, no es hasta 1616 cuando se tiene certeza de la primera procesión del Camino del Calvario. No obstante, el fenómeno de las turbas – la representación del pueblo de Jerusalén burlándose de Jesús de camino a la cruz – tiene unos orígenes hasta cierto punto desconocidos. Una de las teorías afirma que, en el año 1766 uno de los “motines del pan” que asolaron toda Castilla durante los siglos XV-XIX aproximadamente tuvo lugar en la ciudad de Cuenca. El denominado Motín del Tío Corujo, que levantó a parte de la ciudad y, tras asaltar una de las iglesias, recorrió la misma con tambores, clarines y bombos para llamar la atención sobre el aumento de los precios. Otra teoría, sin embargo, afirma que las turbas vienen dadas por una suerte de cisma entre los nazarenos, con aquellos procedentes de clases bajas protestando contra la prohibición que les impedía participar en la procesión del Viernes Santo contra los más acomodados. Lo que sí es seguro, es que en 1714 ya existían turbos, tal como atestigua un proceso inquisitorial de esta fecha, en el que se narra un altercado entre dos nazarenos que se saldó con un crucifijo roto en la cabeza de uno de ellos y en el que figura la presencia de un tamborilero durante la madrugada del Viernes Santo.

Ya en el siglo XX se dan los primeros estatutos que regulan la composición y el número de turbos, quedando compuestas por un maestro turbo, seis clarines y seis tambores extraídos por lo general de las capas más bajas de la sociedad de la villa y que comenzaron a agruparse por familias: Pantaleones, Patacos y Planchas son algunos de los turbos históricos que aún a día de hoy desfilan. En 1942, pasada la Guerra Civil, se retoman las turbas, a pesar de no estar bien vistas en la sociedad de entonces, habiéndose ampliado su número hasta doce. Durante las décadas de los ‘60 y ‘70 se comienza a masificar la fiesta: atraídos por la algarabía y entendiendo la procesión como una fiesta (nada más lejos de la realidad) los números de turbos comienzan a multiplicarse, lo que motiva el reparto de credenciales y el inicio de las campañas de concienciación. Esta masificación y la pérdida de conciencia alcanzaron su culmen en la Semana Santa del 2002, cuando ante la suspensión de la procesión debido a la abundante lluvia, un grupo de personas que no merecen el calificativo de turbos conquenses intentaron impedir la entrada en la iglesia de San Esteban de las imágenes, llegando a arrojar las baquetas contra estas y protagonizando duros enfrentamientos con nazarenos y penitentes. Las repercusiones fueron mayúsculas, suspendiéndose las Turbas en el año 2003 tras la falta de acuerdo entre Hermandades y representantes de la turba.

Y en este punto se encuentra la procesión ahora: con las Turbas luchando por no ser sobrepasadas por la turba. A todos nos gusta el resoli, pero hay que comprender que esto no es excusa de nada y que es inmensamente más grande que nosotros. El auténtico turbo sabe cuál es su lugar, cuál es su papel, dónde tiene que estar y qué tiene que hacer, en contraste con el agitador que va como el que va a cualquier otra fiesta, que no hace sino perpetuar el estereotipo de la procesión de los borrachos. La erradicación de ambos no solo depende de las campañas emprendidas por administraciones, laicas y eclesiásticas, de la provincia y el Ayuntamiento de Cuenca, sino en buena parte de la propia sociedad conquense, de la toma de consciencia de esta sobre su tradición milenaria y sobre el rol que debe jugar en el mantenimiento de su rigor.

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