Llevo unos días frenando el impulso de escribir estas líneas. Hace días que me voy a la cama repitiéndome «no lo hagas, no lo hagas», intentando evitar las antorchas persiguiéndome, la horca esperándome. Pero no aguanto más. De hecho, me tiembla el pulso, tecleo con ansiedad estas palabras que burbujean en mi boca y que acabarán envenenándome si me las trago.
Así que sí, voy a entrar en la polémica. Por mí y por todas mis compañeras, como se hacía en aquel juego de nuestra infancia. Voy a desatar mi propia revolución. Voy a hablar de Eurovisión. No del concurso en sí pues para mí quedó enterrado desde que Pastora Soler brilló implacable en aquella estelar actuación y no consiguió ganar.
Resulta que este año en la elección de la representación de España tampoco ganó la favorita del público. La gran Rigoberta que, a mi parecer tiene temas mucho mejores, fue derrotada por Chanel, que finalmente representará a nuestro país con su picante SloMo.
Rigoberta, que tenía la intención el día del concurso de enseñar sus mamas al ritmo de su Ay Mamá.
Y ahí estalló la bomba. La bandera del nuevo feminismo saltó sin más demora a la yugular del jurado alegando que ha vuelto a ganar el patriarcado, la mujer sexualizada y cosificada en vez de la libre y feminista.
Como mujer feminista y con un par de tetas, me considero con derecho a opinar que gracias a ese jurado (tongos aparte), no ha ganado el ridículo y la vergüenza como ocurrió aquel año con Chiquilicuatre.
En mi opinión, marcarse un baile con el pantalón más corto que tengas en el armario y bajando hasta el suelo, así como hizo Chanel, no te hace menos feminista. Que se lo digan a Beyoncé o Jennifer López. Así como tampoco lo eres más por enseñar los pechos. No se consigue nada salvo repito, en mi opinión, el bochorno. Así no nos darán más puestos de trabajo de responsabilidad por encima de nuestros compañeros, no equipararemos (y creo que en este caso, jamás), el papel de madre con el de padre. Así tampoco acabaremos con el acoso, con la injusticia. A lo mejor en este caso dos tetas no tiran más que dos carretas. A lo mejor lo que tiene más fuerza es el trabajo duro y la educación.
Basta ya. Basta de estigmatizar a aquellas mujeres que ven que no es incompatible ser femeninas y sexuales con ser feministas. Basta de desvirtualizar un concepto que tanta lucha y sufrimiento ha costado. Que alguien frene a esas mujeres que exigen a otras lo que es ser mujer y lo que no.
Ahora que ya he soltado toda la bilis y que me he reído un rato imaginándome a un Rigoberto en ese mismo escenario mostrando su mejor arma para luchar por la igualdad, me vuelvo al trabajo, donde mis compañeras y yo demostramos día tras día lo que es ganar la batalla al patriarcado.