“Al vent, la cara al vent”, gritaban en la Complutense madrileña allá por mayo de 1968. Franco, o Paca la Culona, como a aquel nauseabundo general le gustaba llamarle, se encontraba algo cansado, poco a poco se iba convirtiendo en un viejo arrugado e inútil, acompañado de ese mal genio que siempre le definió. Las reformas aperturistas que en los años sesenta se llevaron a cabo en el régimen, no solo trajeron una modernización y el cierre del periodo autárquico que tanto gustaba al séquito de falangistas, en el ámbito educativo, las aulas se abrieron súbitamente a una masa indeterminada: los vástagos de los obreros republicanos, que ahora podían acudir a las universidades y aprender lo que sus canosos padres no pudieron aprender. La universidad, un hervidero de pensamiento crítico, fue el escollo más incorruptible al que el tardofranquismo tuvo que enfrentarse. Allí, en las viejas aulas, con pupitres de una madera desgastada y atendiendo a viejos profesores, como José Luis Aranguren, que se cansaban de la obediencia sumisa que debían al régimen, comenzó a cuestionarse el autoritarismo de “L´estaca.[1]
En ese ambiente de crítica constante acreditada por las numerosas asociaciones estudiantiles, nació una forma de lucha que no requería encender mechas, siquiera un pellizco de pólvora. Se trata de la canción protesta y los conciertos juveniles y clandestinos que pedían libertad de las formas más rabiosas y poéticas. En la retina de los policías franquistas infiltrados quedó grabada la cara de Raimon, cuando llenó la facultad de ciencias políticas, económicas y comerciales de la joven complutense madrileña –hoy la facultad de Geografía e Historia–. Era la primavera de 1968 y el colectivo estudiantil protagonizó una de las mayores rebeliones declaradas, la música sonaba, pero no como lo hace en las películas, acompañando la trama de sucesos, sino que la música era el suceso. Eran demasiados los chavales, que se colgaban la guitarra al cuello sabiendo apenas cuatro acordes y entonando temas llenos de rebeldía y libertad.
Aunque el trayecto histórico de este fenómeno musical se remonta a los años cincuenta con el surgimiento de las corrientes musicales folklóricas –destacando el movimiento catalán de la Nova Cançó -, fue en el tardofranquismo cuando los cantautores, en una heterogeneidad ideológica, artística y estilística, decidieron hacer frente a la dictadura. Serrat, Patxi Andión, Ovidi Motllor, Paco Ibáñez y una lista interminable de jóvenes antifranquistas, regentaron el negocio de la contracultura musical, que desgastó al régimen más de lo que uno pueda imaginarse. Así, en este ambiente de protestas crecientes, el régimen volvió a sus esencias incrementando la censura, pues a groso modo, había una conciencia dentro del franquismo de la capacidad reivindicativa e insurreccional que los cantores estaban adquiriendo. La censura se reforzó, con leyes y se abigarró el poder de la Dirección General de Radio Fusión y Televisión, institución que hizo todo lo posible por alejar cualquier olor a canción protesta de los medios franquistas. Sin embargo, la censura no servía de mucho frente a la contracultura musical de los cantores, que no se exponían en los medios – tampoco lo buscaban- sino que, entonaban sus temas frente a amplios públicos revolucionarios, en ambientes juveniles y universitarios.
Entre otras cosas, la composición elemental y básica de la canción protesta hizo posible que los aficionados pudieran difundir las canciones tocándolas con sus guitarras en sus habitaciones, junto a sus familiares y amigos. Así, la canción protesta consiguió calar dentro de la identidad de la ciudadanía que se oponía al régimen, al igual que un siglo antes, en las tierras norteamericanas, el Soul, quedó intrínseco dentro de la población afroamericana que esclavizada trabajaba en los campos de algodón. La generación joven que hoy puebla España quizás desconozca lo que significó la canción protesta, pero ¿qué padres o que abuelos no han entonado involuntariamente alguna melodía de Paco Ibáñez, de Labordeta o del laureado Serrat?
El transcurso de la Historia los dejó de lado, solo unos pocos pudieron seguir viviendo de la música y mantener la fama, pues el capitalismo devoró en la transición la producción de cultura popular y la dotó de estéticas vacías. Pese a que hoy queda mucho que reivindicar, la canción protesta no tiene el espacio ni la capacidad beligerante de antaño, sin embargo, no podemos olvidarnos de aquellos que lucharon por la libertad con versos y acordes llanos.
[1] L´Estaca o La estaca: canción de LLuis Llach en la que la estaca simboliza el régimen franquista, del cual solo se podrán liberar con una lucha unida. “Si estiramos todos (la estaca) caerá y mucho tiempo no podrá durar…”