La última noche que nos vimos, recuerdo que subí las escaleras de tu vida como un suicida. Me recibiste sin vergüenza, con un albornoz, ocultando el precipicio de tu cuerpo. Nos saludamos educadamente, y destrozamos todo el protocolo de actuación en caso de emergencia. Entre tus ganas y mi deseo, nos hicimos la cena. Preparando nuestro plato preferido sobre la encimera. Como un Funambulista, intenté mantener el equilibrio entre mi aire y tu pecho.
Y ganando la batalla, despejamos la incógnita de todas nuestras dudas.