Existe un instante decisivo en la fotografía, como decía Cartier-Bresson, capaz de congelar en una imagen nuestros recuerdos. Su llegada, que no siempre fue bien recibida, provocó un gran impacto en la sociedad moderna y cambió la concepción que los artistas tenían sobre el mundo que les rodeaba. Su habilidad para extraer fragmentos de una efímera realidad e inmortalizarlos se convirtió en una inspiración, especialmente para los impresionistas, que alzaron pinceladas con la misma rapidez con la que el tiempo se desvanece.
De esta manera, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta la exposición Los impresionistas y la fotografía, en la que las afinidades entre ambas ramas se encuentran latentes a lo largo de los 66 óleos y obras sobre papel, y las más de 100 fotografías que componen la muestra. “Ellos fueron la primera generación de artistas que nació con la imagen fotográfica”, señala la comisaria Paloma Alarcó, jefe de conservación de Pintura Moderna del Museo Thyssen. Grandes pintores de la segunda mitad del siglo XIX como Claude Monet, Camille Pissarro y Edgar Degas, entre otros, la vivieron con naturalidad y adoptaron de ella su lenguaje para trasladarlo a sus lienzos en un nuevo modo de mirar el mundo. Por su parte, la gran mayoría de los primeros fotógrafos que surgieron a partir de 1830 con la invención de las cámaras, se habían formado antes como artistas. Podemos encontrarnos así con imágenes pertenecientes, por ejemplo, a Gustave Le Gray, Henri Le Secq, Olympe Aguado o Félix Nadar, muy reconocido gracias a sus retratos.
El impresionismo ha sido siempre un gran protagonista en la colección permanente del Thyssen y también de la baronesa; y cada uno de estos pintores ha contado con una exposición monográfica en los últimos veinte años. Sin embargo, en palabras de Alarcó, “los esfuerzos en el departamento de conservación y Pintura Moderna se dirigen a repensar constantemente las colecciones del museo y de Tita”, de manera que, con esta muestra, ofrecen una visión diferente en la que, como ella misma concluye, “fotografía y pintura comparten una misma mirada”.
El camino se diluye a lo largo de nueve secciones que abarcan los temas que pintores y fotógrafos compartían entonces y que nos llevan a ver cómo “a fuerza de imitarse mutuamente, cada una de las artes se vuelve más parecida a la otra que a sí misma”, apunta Guillermo Solana, director artístico del museo. Se trata de un montaje complejo y abigarrado, cargado de muchas imágenes porque el XIX era, a fin de cuentas, el siglo de las imágenes. De esta manera, transitamos desde escenarios como el bosque o el campo hacia la ciudad para llegar a uno de los puntos más importantes, el retrato. Asimismo, los monumentos y, con ellos, los nuevos escenarios de la industrialización supusieron también un foco de interés para artistas como por ejemplo Édouard Baldus y Alfred Sisley.
“Con la llegada de la fotografía, el mundo ya no se representa de en su totalidad, sino que el objetivo de la cámara solo capta un fragmento, que el fotógrafo elige. Por ello, los impresionistas son pintores de fragmentos”, afirma Paloma Alarcó. La exposición cuenta, además, con el apoyo de JTI y de la Comunidad de Madrid, cuya consejera de cultura, Marta Rivera de la Cruz nos recuerda una frase de Bresson en la que decía que “fotografiar es colocar la cabeza, el ojo y el corazón en un mismo eje” y, según sus propias palabras, “exhibir una muestra como esta es algo muy parecido”.
Así pues, la exposición podrá visitarse en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza hasta el 26 de enero del 2020 para sumergirnos en este recorrido en el que los instantes se detienen en pinturas y las fotografías pintan la realidad.