Entre aquellos rincones donde la oscuridad se cuela en cada recoveco y rincón del corazón, donde la luz, aunque abunda, está ausente de forma permanente. Una luz que trae los rasgos y los rayos de la vida, como si del sol se tratase, sensible a la temperatura y las pupilas más profundas.
Entre aquellos días donde las nubes no dejan entrever la luz del sol, ni oler los destellos de la primavera, ni sentir a las personas cercanas, ni saborear los buenos momentos que nos ofrece la vida. Un edredón cargado de tristeza es una avalancha para quienes hacen del día a día de la semana un domingo constante.
Entre aquellas personas que dan color a las rutinas y quehaceres diarios no saben ni imaginan el dolor ajeno, la escasa esperanza del porvenir, la nula iniciativa para permanecer de pie cuando estar arrodillado ante la soledad es un estado perenne.
Entre aquellos detalles que, a veces, dan sentido a las pequeñas cosas que levantan el corazón y mueven la mente, no es suficiente como alivio, ni hay cura para el rencor, que es eterno e infinito.
Entre aquellas noches donde el sueño alivia los problemas no hay consuelo, ni forma de hallarse a uno mismo. ¿Qué depara el destino si la vida, al fin y al cabo, no es más que esto?