“Nosotros estamos tan de moda que ni siquiera podemos escapar de nosotros mismos”, dijo Kurt Cobain sobre Nirvana antes de morir.
La sociedad de las apariencias y las realidades difuminadas por el “qué dirán” ya había comenzado a perturbar las mentalidades colectivas en los años 90. El cantante de Nirvana lo sabía y luchó cómo pudo contra ello, sin saber que después de que una bala atravesase su cráneo la cosa iría a peor para todos. Quizá se borró del mapa al conocer en uno de sus viajes ácidos que el futuro se iba a estrellar de bruces con la idiotez en su más divina y completa acepción.
El grunge murió y con él la irreverencia.
No era solo el ruido distorsionado de las jazzmaster y los pelos largos sobre caras enfermas lo que definía el grunge. El grunge era esa forma apática y desencantada de desmarcarse de una sociedad capitalista donde el consumo y la alienación de las masas se enlazaban entre sí para derruir todos los cimientos de la lucha de clases.
Pese a que muchos de los grupos emblema como Nirvana, Pearl Jam, Alice In Chains o Soundgarden consiguieron un éxito comercial envidiable, sus puestas en escena siguieron siendo austeras. Giras por Norteamérica, sin cruzar al otro lado del charco, viajando en furgonetas y llenando cochambrosas salas de conciertos. La prensa intentaba comprender como una panda de músicos drogadictos no aprovechaban el tirón mediático para vender su producto hasta el infinito y más allá. Quizá se creían el mensaje de sus propias letras.
En ocasiones escuchamos hablar de moda grunge. No. El grunge fue más bien un movimiento juvenil contestatario y social. Las ropas desaliñadas eran el producto de la búsqueda de una vida alejada de los ciclos de consumo y no una pose. Otra cosa bien distinta es el provecho que las grandes cadenas de moda sacaron de ello, al vender pantalones rotos y camisas con pelotillas a precios de auténtica mofa. Una vez más el capitalismo moldeó para sí la realidad.
Así, poco a poco, el mercado engulló a la irreverencia y, como hizo con la canción protesta americana de los años sesenta y el movimiento hippie, rescató los valores estéticos del fenómeno contracultural para vender un producto opaco y estéril, incapaz de cuestionar el corazón económico del sistema.
El grunge se desvaneció, continuó su música pero no su esencia.