Durante la emisión del chat que escoltó a la tercera gala de la nueva edición de Operación Triunfo, el exconcursante Ricky Merino (que ejerce de flamante co-presentador del espacio) abre lo que ellos denominan “la caja super fuerte” y extrae una canica. Tras preguntar a los concursantes si alguno se siente familiarizado con el minúsculo objeto y no obtener repuesta se acerca a Noemí Galera, directora de la academia, y la deposita en su mano. “¿Tú le has dado alguna vez a alguien una canica?”, le pregunta, y parece que Galera comienza a encontrar la solución del acertijo en su memoria. Pero antes de ser capaz de articular la respuesta, un vídeo interrumpe el bullicio de los concursantes en la sala de ensayo donde se encuentran: Amaia -ganadora de la exitosa última edición del concurso – lanza un mensaje a su antigua directora. Y Noemí rompe en lágrimas mientras se desnuda ante la audiencia: “Hoy me ha venido muy bien este mensaje porque a veces no estás segura de si lo estás haciendo bien. Ha sido un día complicado”. Parece que esa canica (y su profundo significado) han aterrizado en la academia en el momento más oportuno.
Y es que tan solo unos minutos antes, durante una conexión en directo con la gala, Noemí Galera reconocía -con apreciable tristeza-, que la nueva edición del programa “se enfrentaba a un grave problema de emoción y de transmitir lo que estamos cantando”. Las altas expectativas puestas en la tercera emisión (la misma que el año pasado nos transportó a la ciudad de las estrellas a través de un piano y vio nacer el fenómeno Aitana con su primera actuación en solitario) se rompieron en pedacitos con actuaciones descafeinadas y puestas en escena un tanto desfasadas. “Estoy completamente desolada” afirmó la directora de la academia en su intervención. Y fue entonces cuando los espectadores respiraron aliviados desde sus sofás al darse cuenta de que no son una panda de insensibles: ni siquiera la madre postiza de los concursantes se emociona con sus actuaciones.
OT 2018 no acaba de despegar. Y los pobres participantes se culpan cuando su cometido se limita a acatar órdenes de sus profesores e intentar ejecutarlas en el show que TVE trata de levantar cada miércoles. Pero cantan un tema enormemente emocional como Viva la vida y parecen el coro de un instituto celebrando la fiesta de Navidad. Algo está fallando. Y Noemí Galera sufre viendo como la gasolina de Operación Triunfo no aparece por ningún lado. Toda la audiencia se funde con el sufrimiento de la directora de la academia en un intenso proceso de identificación. Porque Galera y su apabullante espontaneidad son el mejor reflejo del espectador enamorado del formato musical más importante de nuestro país.
Sin embargo, la esperanza llegó a la residencia de los triunfitos en forma de canicas. Porque tras la intervención de Amaia en el chat, una segunda canica dio paso a un vídeo de Aitana –segunda finalista de OT 2017- y Noemí Galera rompió de nuevo a llorar: “Las quiero mucho. Son ellas mismas y les da igual todo. Son super talentosas. Y son mis hijas”, sentenció. La magia que caracterizó la última edición del concurso visitó por un instante la academia. Galera sonrió, y los espectadores desde casa, también. Operación Triunfo puede hacerlo de nuevo: tiene que volver a enamorarnos.
Al fin y al cabo, lo que diferencia a OT de cualquier otro formato musical es la capacidad de generar una trama que atrape a los espectadores, jugando los ases del esfuerzo y la constancia hasta hacernos testigos del clímax emocional en las actuaciones que componen las galas en directo. De no desarrollarse este proceso, la relación entre el programa y el espectador no funciona. Y con las lágrimas de Noemí Galera, por un momento, parecía que todo volvía a funcionar. No obstante, aún queda mucho concurso por delante y –pese a los tropiezos- el programa debe trabajar por recuperar la emoción y aspirar a definirse como un nuevo fenómeno social televisivo. Porque Operación Triunfo puede. La audiencia lo sabe. Y Noemí Galera también.