Apenas digerido el inesperado éxito de la última edición, TVE ya ha finalizado el proceso de selección de los dieciocho afortunados que habitarán la academia de Operación Triunfo este nuevo curso. Con la renovación del plató como principal novedad, el programa intentará mantener la expectación de los más de cuatro millones de espectadores que vieron a Amaia Romero alzarse campeona el pasado mes de febrero. Todo parece estar a punto para lanzar la nueva edición del que se ha convertido (de nuevo) en el formato estrella de TVE.
Sin embargo, la cadena tiene un complicado reto por delante. Y es que OT 2018 no se ha estrenado y ya se encuentra sujeta a una continua comparación con su edición predecesora. Tras la resaca emocional que nos deja el fenómeno social de OT 2017, la nueva tanda de triunfitos debe construirse al margen de la etapa anterior del concurso. De lo contrario, su éxito se verá contaminado por el efecto nostalgia que experimentarán los seguidores al no ver a Miriam, Cepeda o Ana Guerra en los pasillos de la academia.
Los responsables del programa deben perfilar nuevas personalidades que no recuerden a los protagonistas de la última edición. La tarea es crear personajes fácilmente reconocibles por los espectadores gracias a su carisma, talento y personalidad, y no a su parecido con los últimos habitantes de la academia: que el público no identifique a “la nueva Aitana” o “los nuevos Amaia y Alfred”.
Uno de los puntos clave del boom mediático de OT 2017 fue no asumir su éxito desde el principio y dejar que creciera poco a poco. Sirviéndose de las redes sociales, el formato fue consolidando una legión de fans atrapados por el factor emocional fruto de la cercana relación espectador-contenido. De igual forma, el fenómeno social de OT 2018 debe construirse solo, que los nuevos triunfitos superen cada una de las fases del proceso de evolución que los llevará a ser (posibles) estrellas de la música. De esta manera, los espectadores se identificarán con el trabajo semanal de los concursantes, su esfuerzo e inseguridades, esperando impacientes a ver como triunfan –o fracasan– en las galas semanales.
Otra de las decisiones que alimentó el éxito de la pasada edición fue el uso de una mecánica sencilla y fácilmente reconocible por parte del espectador. A través de la emisión 24 horas en el canal de YouTube, el programa creó acontecimientos como el reparto de temas o los pases de micros, que congregaron a miles de fans delante de sus pantallas. El regreso de Operación Triunfo ha de mantener un desarrollo similar pero sin caer en la repetición mimética. Apostar por caras nuevas en el equipo de profesores o una mayor implicación en el camino a Eurovisión pueden ser decisiones acertadas que doten de personalidad propia a la nueva edición del concurso.
Y es que a la televisión de hoy en día le faltaba transmitir verdad. OT 2017 alcanzó tal repercusión social por recuperar en su forma más primitiva y natural el género del reality show, un tipo de televisión que debe erigirse como un reflejo del propio espectador. La nueva temporada deberá hacerse a sí misma una edición memorable y aislada del resto. Los espectadores han de recordarla como tal, no como el Operación Triunfo que vino después del que ganó Amaia. Y el mejor truco para ser recordado es transmitir una apabullante verdad. Sin trampa ni cartón.