Dice el refranero popular que «cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar». Pero lo cierto es que miramos demasiado poco a Portugal y, si lo hacemos, es todavía por encima del hombro, a estas alturas.
El domingo por la noche, sin embargo, es posible que más de una mirada del Consejo de Ministros se girara hacia Lisboa: el socialista Antonio Costa, Primer Ministro luso desde 2015, conseguía la segunda mayoría absoluta para su partido desde la caída de la dictadura.
Costa llegó al Palacio de São Bento, sede del ejecutivo portugués, hace 7 años tras unas elecciones en las que se tuvo que conformar con el segundo puesto, pero arrebatando la mayoría absoluta a los conservadores del PSD, ejecutores de las políticas de austeridad entre 2011 y 2015 (una historia sorprendentemente similar a la nuestra).
Sus 86 diputados, de los 230 que componen la Asamblea de la República, le obligó a aunar a todas las fuerzas de izquierda para sacar adelante dos legislaturas (2015-2019 y 2019-2022) bajo el conocido despectivamente como gobierno de la gerigonça, aunque sólo los socialistas tenían carteras ministeriales.
Durante estos siete años los partidos a la izquierda de los socialistas, desde una cómoda posición de «gobernar sin estar en el Gobierno», han intentado dar siempre un giro más a las grandes medidas sociales del Gobierno Costa: subida del salario mínimo, fin del copago sanitario en la atención primaria…
Y tras dos años de modélica gestión de la pandemia primero y del proceso de vacunación después, todo estalló. El órdago de sus socios parlamentarios le vino al Primer Ministro a la hora de aprobar unos presupuestos que, según éstos, no eran demasiado ambiciosos en lo social.
Con unas encuestas que igualaban su posición a la del centro-derecha del PSD, la extrema derecha de la Chega en auge y una izquierda ávida de aumentar su presión sobre su Gobierno, Costa pidió al Presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, disolver el parlamento y convocar elecciones, a pesar de que la constitución lusa permite prorrogar los presupuestos en vigor.
¿El resultado? Un electorado que optó por la estabilidad y la certeza, reduciendo a la mitad los escaños del Bloco y en un tercio los del PCP.
Vistos los resultados de la apuesta, la pregunta desde Madrid es, ¿cómo se plantea Pedro Sánchez su próximo asalto electoral? Y, sobre todo, ¿cuándo?
El Presidente del Gobierno y líder del PSOE no podía ocultar su sonrisa tras la victoria de su compañero (y amigo), pero tras esa sonrisa se esconde el pensamiento de si las naciones ibéricas están destinadas a seguir destinos parejos.
Si dejamos de lado lo que pueda pasar el día 13 en Castilla y León, la situación no es muy diferente tras la Raya: un centro-derecha carente de liderazgo, una extrema derecha en auge y unos socios de Gobierno (en este caso, sí, ocupando la bancada azul del Congreso) echando continuos pulsos al partido mayoritario del mismo para pedir su capacidad de influencia.
La victoria de Yolanda Díaz con la aprobación de la reforma laboral se llevó la ovación del ala izquierda del hemiciclo, pero la Vicepresidenta Segunda y Ministra de Trabajo sabe que, muy a su pesar, ha sido Ciudadanos y no Esquerra Republicana quien ha permitido dicho aplauso. Una piedra en un camino marcado por la popularidad que la potencial candidata de Unidas Podemos no ha podido sortear.
El liderazgo de la ferrolana, aunque de indudable carisma, no parece tener, sin embargo, réplica en sus compañeros de partido en el Consejo de Ministros. Ione Belarra, aunque con una estrategia de moderación mucho más acertada en su discurso que la de su predecesor Pablo Iglesias, no ha conseguido todavía hacer valer su papel de líder de Podemos, en buna parte eclipsada por Díaz. Alberto Garzón, víctima de las fake news y de la falta de un mayor apoyo en el seno del Gobierno, ve en peligro su propia cartera. E Irene Montero, por su parte, se ha visto prácticamente sumida en el anonimato por culpa de una visión vergonzosamente machista de su papel por parte de la sociedad: la de «pareja de…».
A esto se unen liderazgos femeninos emergentes (o ya consolidados) entre las ministras socialistas que están permitiendo reflotar la imagen de un Pedro Sánchez que lleva sobre sus espaldas el primer gobierno de coalición de la democracia en sus momentos más difíciles: Nadia Calviño, la artífice de la gestión de los fondos Next Generation EU que ha merecido la felicitación expresa de la Unión Europea; Margarita Robles, el azote de Unidas Podemos en el Consejo de Ministros y uno de los rostros que ha demostrado más firmeza al frente del Ministerio de Defensa; María Jesús Montero, experta en encaje de bolillos para la aprobación de los presupuestos; o Isabel Rodríguez, la voz joven y clarividente del Gobierno encargada del diálogo con Cataluña.
Con estas cartas sobre la mesa (presupuestos aprobados, fondos europeos en camino, datos de empleo mejorando mes a mes y una pandemia, en principio, en remisión), la estrategia en el Palacio de la Moncloa parece, más que nunca, pasar por la unión ibérica en torno al puño y la rosa, sin «distracciones», en una Europa donde la socialdemocracia parece, por fin tras décadas de letargo, despertar para hacer frente a los extremismos emergentes.