Las apariencias engañan. Ya lo sabíamos todos. De pequeños nos inculcan que no debemos creer todo lo que vemos sin saber su origen o razón. Nos dicen una y otra vez que no debemos juzgar a un libro por su portada. La Bella y la Bestia fue la película favorita de muchos de mi generación.
Pero parece que la lección con el tiempo se ha olvidado y que aunque las apariencias engañan están ganando la partida. O eso es lo que, siendo fiel a su significado, quieren hacernos creer.
Al igual que un ejército paciente va conquistando pequeñas plazas sin siquiera presentar batalla.
Primero lo vimos con la apariencia física. En el instituto la chica más popular era normalmente la que llevaba la mochila de moda sin importarnos los traumas que ésta llevara dentro.
Después llegó internet y con él el infierno. Con las redes hemos topado y en sus redes hemos caído. Cuerpos perfectos, vacaciones perfectas, trabajos perfectos, vidas perfectas. Sabemos que no es oro todo lo que reluce, pero a veces, aunque sea por un segundo, dudamos. Nos preguntamos qué estamos haciendo mal para no ser merecedores de esa felicidad que vemos a través de la pantalla.
Pero hay un terreno que siempre pensé que estaría vetado para el monstruo de la apariencia. Y llevo un tiempo observando una tendencia que me asusta y me hace replantearme dicha convicción.
Para explicarlo pondré de ejemplo el último libro que he leído y que ha sido mi primera toma de contacto con el autor Haruki Murakami. Antes de nada he de confesar que sigo en redes a miles de cuentas sobre recomendaciones literarias. Siempre encuentro grandes novelas y ensayos entre las sugerencias de los usuarios. Llevaba un tiempo topándome con el nombre de Haruki por todas partes y en especial su obra Kafka en la orilla, por lo que cuando lo vi en la estantería de mi librería favorita no lo dudé ni un segundo. Será que estoy acostumbrada a los libros que me cuentan historias o me educan o instruyen pero con Haruki no conseguí ni lo uno ni lo otro. No me ha contado nada, no he aprendido nada. Cuando llegué al final sólo sentía que había perdido el tiempo. Volví al ciberespacio para comprobar si me había equivocado al leer las reseñas pero me sentí más asombrada aún: «maravilloso significado» «lo releería mil veces por su trasfondo» «un viaje imprescindible» «increíble realismo mágico» (¡Que baje Gabo y lo vea!). Mi reflexión fue que eran posible dos opciones: que había mucho erudito suelto o que algo olía a podrido.
Pensando sobre esto y sobre si había encontrado un autor que me haría replantearme mi humilde y simplona inteligencia me acordé de la última película que esta pandemia me permitió ver en el cine, Tennet. No sé cuántas veces leí que era un «peliculón», una obra de arte, un filme al que sólo le encontrarían sentido los más aventajados intelectualmente. Cuando mis siete amigos y yo salimos de la sala no teníamos palabras para describir la película. No entendimos nada. Más de dos horas de un absoluto sin sentido.
Lo mismo me ocurrió con la serie alemana y muy alabada por muchos, Dark. La primera temporada me resultó interesante, en la tercera la trama se les fue totalmente de las manos. Y todo lo que escuchaba y leía eran comentarios exagerando la buenísima calidad de la serie, su profundo significado, sólo apto para las mentes brillantes que, al parecer, eran la mayoría.
Mi conclusión es que la apariencia ha vuelto a hacer de las suyas. No niego ni dudo que tanto Haruki como los creadores de la película y la serie descritas sean mentes privilegiadas y que mi capacidad no llegue a comprender lo que quieren transmitir. Pero tampoco dudéis en ningún momento que esa avalancha de seguidores que comparten cuán maravillados y marcados han quedado con el producto no sea tan numerosa como quieren hacernos creer y que en su mayoría no es más que apariencia fingiendo ser inteligencia.
1 comentario
Es que lo que veas en redes sociales o en medios de comunicación no es sino publicidad de un producto. Yo no vendo nada, pero si aceptas sugerencias literarias de un extraño, te recomiendo dos clásicos: «El conde de Montecristo» y «Drácula».