Supongo que lo de los superhéroes es un género. Se habla de este término como una categoría cinematográfica que engloba tanto los elementos evidentes como el tratamiento de las situaciones que son reconocibles como comunes a distintas obras por los espectadores. Es lo que hay; como el concepto es subjetivo, una vez el gran público se ha acostumbrado a ciertas asociaciones, a ver quién es el bueno que las deshace. Yo no estoy de acuerdo –qué raro– y es que esto acarrea el problema de que se condene a las películas o series protagonizadas por gente de esta calaña a parecerse a las obras más representativas del supuesto “género”; y así lo que se consigue es que una historia de individuos con capa sea criticada por no parecerse a Los Vengadores y, por lo tanto, salirse del género.
Netflix ha recuperado este noviembre el anime One Punch Man (2015), y es una de esas series. La obra explora los límites del humor dentro de las historias superheroicas con una premisa llamativa en un principio: Saitama es un superhéore aficionado que puede destruir a cualquier enemigo de un puñetazo, y a lo único que puede enfrentarse dignamente es al aburrimiento. Por lo tanto, cuando se acaban los emocionantes combates tan típicos del género de los superhéroes, ¿hacia dónde se vira? En el caso de One Punch Man, hacia el chiste.
Este argumento rehúye las bolas curvas a todos los niveles. Es totalmente imposible suscitar dudas acerca de las capacidades combativas de Saitama: en el resultado de los combates habrá de todo menos sorpresas. A partir de ahí, a contemplar. A observar a Saitama interactuar con un entorno que no puede, ni por asomo, estar a su altura. José Altozano (Dayoscript) ya ha hablado sobre esta serie antes, centrándose en las implicaciones que tiene una situación así en la idea de lo que significa verdaderamente ser un héroe; en cómo, al final, la voluntad de ayudar a los demás es un elemento mucho más decisivo en ese cosmos que la fuerza bruta. Pero, ¿y qué pasa con los chistes? La serie es descaradamente cómica y eso, en una historia sobre el héroe más fuerte del mundo, debe estar ahí por algo.
En One Punch Man, el humor es una matriz. Aparece como una constante, que mantiene cohesionados todos los elementos del universo que la serie construye y que facilita el disfrute de la obra, aligerando bastante la trama. Después de destrozar a un enemigo hecho de algas, Saitama se lo come porque no quedaba de esa verdura en el súper; y más de una vez nos encontramos a los protagonistas corriendo como condenados o montando dos en una misma bici para llegar al lugar de los hechos. Los chistes se sienten poco forzados, y vuelven carismáticos instantáneamente a todos los personajes.
En el resto de aspectos, la serie es correcta: la animación es espectacular pese a algunos baches en los primeros episodios; como shonen –anime juvenil de aventuras y acción– que es, parece tener alergia a los silencios; y las subtramas con rasgos de thriller corporativo centradas en la Asociación de Héroes están llevadas sin misterio ni gracia; pero la serie se disfruta y tiene varias referencias interesantes. Recuerda por momentos a las novelas fantásticas del mundodisco de Terry Pratchett, que miran la comedia de una forma parecida, integrando de forma natural en los relatos el hecho de tomarse a coña temas como la religión o la muerte. Pero, sobre todo, One Punch Man tiene mucho de cómic.
Y es que no se puede hablar de superhéroes sin hablar de cómics. Desde que los guionistas británicos de los 80 reinventaran el cosmos superheroico con obras como Watchmen o El regreso del Caballero Oscuro, que deconstruían la figura del justiciero, miles de veces se ha intentado explorar las fronteras de las historias de superhéroes tratando de ofrecer algo nuevo. Y, como no podía ser de otra forma, One Punch Man bebe muchísimo de ahí. Por ejemplo, el personaje de Dulce Máscara es, punto por punto, Ozzymandias de la antes mencionada Watchmen; y en el tramo final de la serie hay reminiscencias clarísimas de la Civil War de Mark Millar o de adaptaciones como el Caballero Oscuro de Nolan. El humor que One Punch Man añade a la fórmula es refrescante, algo que la diferencia de todos estas historias de superhéroes “normales”; pero la vuelta de tuerca que cree dar acaba siendo no mucho más que un modesto giro.
La serie rompe con lo establecido para los planteamientos conservadores en las historias de superhéroes, pero no del todo con lo propio para los personajes. Viendo cómo el guion maltrata a Saitama en el episodio piloto, es irremediable pensar que el humor debería haber profundizado más, ser más ácido, más cruel. La desmotivación de Saitama no se cartografía lo suficiente y en la serie, en general, va disminuyendo la densidad del humor; se entra más en lo humano (aunque de forma convencional y nada llamativa) a medida que avanza la historia. De esto es una muestra perfecta la pequeña secuencia post-créditos de cada episodio, en la que la voz de uno de los enemigos derrotados anticipa lo que va a ocurrir en la próxima entrega, a veces con alguna intervención desternillante. Pero, conforme avanza la serie, esta lectura pasan a hacerla héroes derrotados durante un par de episodios, y para cuando regresan los villanos el tono ya no es cómico. Y aquel día se jodió el Perú.
Lo esperable (deseable) sería ver a Saitama aburrirse, sufrir en su desánimo y poner en duda una y otra vez su vocación solo por falta de estímulos. Decía Chaplin que la vida es comedia si se graba de lejos, y drama si se graba de cerca. En One Punch Man, tristemente, hay demasiado encuadre general y muy poco primer plano en cuanto al humor. Abundan los chistes desde fuera, pero se echan en falta puntos de humor más dramáticos, que se burlen del propio protagonista.
Viendo el batiburrillo inconexo con aspiraciones de crossover de cómic que es el episodio piloto de Defenders, One Punch Man tampoco parece tan mala opción como serie de superhéroes. Pero no parecer tan mala opción no es un resultado aceptable; o al menos satisfactorio, para una serie con una consigna inicial tan refrescante. Me ha dejado frío, igual que Irreversible; igual que Big Mouth. Otra decepción. Otra obra que, sin tener nada de lo que avergonzarse en cuanto a lo técnico, se desinfla en el subtexto. Menuda rachita que llevo.