El panorama televisivo en el año 2001 era bastante desolador: la telebasura había hecho su entrada con Gran Hermano, los dramas juveniles como Compañeros, Al salir de clase o Nada es para siempre aportaban poco o nada, y la manipulación en los informativos de TVE estaba a la orden del día.
Fue entonces cuando la cadena pública apostó por un formato único como era el de recrear la vida de una familia media española en la periferia del Madrid de finales de los ’60. Recuerdo que el primer capítulo que vi fue el 8º, “La huelga de nuestra vida”. Y lo recuerdo porque terminaba con una secuencia de los ‘grises’ sacudiendo palos en una manifestación y Antonio Alcántara escondiéndose. A mis 11 años, le pregunté a mi madre “Pero, ¿por qué pegaban a la gente?”, comprendiendo a partir de entonces que la España de mis padres era algo totalmente desconocido para mí.
Esa España que, por ignorancia o afán de olvido, los jóvenes españoles desconocíamos, fue la que nos comenzó a acercar cada jueves Cuéntame con un elenco de actores de primera categoría (Tony Leblanc, Fernando Fernán Gómez, Alicia Hermida, Pepe Sancho, Juan Echanove, Arias y Duato,…).
Desde entonces hemos visto a los grises pegando palizas en los sótanos de la DGS, morir a Carrero y a Franco, a los portugueses marchar por su libertad con claveles en los fusiles, a Tejero subirse a la tribuna del Congreso o a Felipe saludando desde el Palace… todos ellos con algún miembro de la familia Alcántara, casualmente, al lado. Les hemos visto en Madrid, Benidorm, el ficticio Sagrillas, en el Moscú soviético, el Londres hippie y en los pueblos de Euskadi condenados al silencio por ETA. Y han triunfado o fracasado la imprenta de Don Pablo, Construcciones Nueva York, ExpoSov, Meyni, Alcántara RotoPress, Estandartes y banderas, UCD, el CDS, Bodegas Alcántara y la Casa de Doña Pura.
El jueves pasado, ante la incredulidad de muchos, la familia española por excelencia volvía a nuestras pantallas en su temporada nº19, ambientada en 1987. Y nos volvió a enganchar, a pesar del empeño de TVE de mandarnos a la cama con la emisión de Hora punta previamente.
Y es que muchos se preguntan qué tienen esos capítulos de una hora que desde hace 17 años nos mantienen pegados a la pantalla. Para mí los Alcántara tienen algo que ninguna otra serie ha conseguido, y es ser España. En al menos uno de sus ya 330 capítulos, todos nos hemos visto reflejados a nosotros mismos a los miembros de nuestra familia.
Los disgustos de Doña Herminia, el amor por el Atleti de Miguelón, la rebeldía de Inés, la amistad de Carlos y Josete, las tretas de Don Pablo, el ardor revolucionario de Toni, los chismorreos de Clara, Nieves o Josefina, la melancolía fruto de los estragos de la Guerra de Doña Pura… son al final los aspectos que han conformado y conforman a una sociedad y a un país como el nuestro, que sabe reírse de sí mismo, pero a la vez reconocer que en unas pocas décadas hemos pasado del miedo mortal normalizado por la dictadura al tuit-queja diario, de la Ley de Vagos y Maleantes a la Ley de Matrimonio entre Personas del Mismo Sexo. En palabras de mi madre, “ahora lo ves y te parece increíble, pero es que era así”.
Decía siempre, incluyendo en su última aparición, el personaje de Don Pablo, que “España y yo, somos así”. Una metáfora de cómo nos amamos y odiamos y, a pesar de todo, seguimos adelante para al final, cada jueves, sentarnos ante la tele, la tablet o el ordenador, y disfrutar de un momento único en el que todo lo demás no importa.