Se hablaba de él como enfermedad.
Como un pasado no tan lejano.
Como la plaga emocional que pervirtió el siglo, la moral.
Se hablaba de él como si no existiera;
Como una quimera.
Lo amaban y lo admiraban en silencio. No entendían cómo.
Se decía que era pernicioso, como un virus sin cura.
Como un corazón roto.
Adictivo, tóxico, como una droga.
Ligero, seductor, como una soga.
Te hacía sentir vivo y muerto a la vez.
La vida con él era dos días;
Y quizá los mejores dos días de tu vida.
Se hablaba de él como socialmente peligroso, como libertino; casi ilegal.
El crimen perfecto; un arma del revés; un romance mortal.
Efímero.
Se le juzgaba como a un terrorista.
Se le criticaba como a un acto violento.
Se le recriminaba su afán por equivocarse.
Se le nombró demonio;
Personaje decadentista.
Poeta malvado.
La estrella fugaz que cumplía tus deseos más ociosos.
(Los más viciosos).
Nadie le defendería ante un tribunal.
Él era libre. Pero libre de verdad.
Él no criticaba.
Él no emitía juicios insidiosos.
Él hablaba y conquistaba.
Él reía con sinceridad.
Él no era malo;
(Como comúnmente se conoce a la maldad).
Era cínico, entretenido.
Un gusto para las tardes cenicientas.
Él sabía a café.
Él hizo historia, como antagonista, como antihéroe.
Él se enfrentó al mundo.
(Y perdió)
Era un joven suicida amante del tango, de los besos robados, de la poesía gris,
del verso libre;
Sin rima.