¿A quien le tocará después de Bruselas? Han pasado unos días, se lloran las víctimas y los heridos, pero aunque el atentado nos haya asolado, no nos ha sorprendido. La guerra que combaten los terroristas yihadistas es nueva, brutal, violenta y golpea a los civiles, indistintamente. Nadie se siente excluido: bienvenidos en la era del terrorismo global, que nada tiene que ver con las tradicionales formas de terrorismo nacional que hemos conocido hasta el 11S. Tras el fracaso de los servicios de inteligencia y de las excepcionales medidas de seguridad adoptadas poco a poco en los países de la Unión en los últimos meses, queda claro que Europa no se está enfrentando al problema del terrorismo global de la manera correcta. Es decir, considerando que el terrorismo actúa hoy de una forma transnacional, responder al problema con políticas nacionales resulta bastante inútil y miope.
Medidas como el Estado de seguridad (todavía vigente en Francia, por ejemplo, desde noviembre), o el aumento de la presencia de policías en la calle, no sirven de mucho si es verdad que el terrorismo elude la territorialidad. Por supuesto algunas medidas como éstas son necesarias, ya que existen objetivos potenciales -instituciones, lugares de culto o eventos de masas- que necesitan ser protegidos, sin embargo la coordinación de la inteligencia entre países europeos debería ser el primer objetivo fundamental a la hora de enfrentarse al terrorismo.
Si queremos sobrevivir como comunidad democrática, necesitamos buscar urgentemente una política exterior e interior común; depurar el debate de tonterías y xenofobias, y adoptar una línea de acción compacta. Solo de esta manera, podríamos quitarle terreno a los terroristas y a su capacidad de reclutar militantes en las periferias de las metrópolis europeas. Al contrario, establecer controles todavía más estrictos, cerrar las fronteras, cazar los extranjeros, aumentar los gastos militares y las bombas en Oriente Medio, van exactamente en la dirección opuesta a la unión y coordinación, y favorecen la propaganda terrorista (“¿Veis como odian a los musulmanes?”).
Resulta claro que el problema de coordinación no pertenece únicamente a los distritos administrativos de Bélgica, sino al conjunto de la Unión, donde los países actúan cada uno a lo suyo. Y también es obvio que un FBI europeo no puede existir sin la “F” de federación, es decir, sin la unión política de hecho. Imaginemos un terrorismo yihadista en suelo americano, donde escapar de Arizona a California permitiría volver a empezar el juego y poner a cero los esfuerzos de los servicios de inteligencia local: ¿Cómo sería posible localizar, espiar y combatir los terroristas, sin recurrir a la coordinación entre países?
Ya sabemos que los terroristas están dentro de Europa: la creciente marginalización, guetización y discriminación de las comunidades árabes en las periferias europeas ha creado el terreno adecuado para la interiorización de un odio hacia la sociedad por parte de jóvenes musulmanes, direccionándoles hacia el fundamentalismo islámico. Frustrados y desfavorecidos, la yihad se presenta a estos jóvenes como la posibilidad para dotar de sentido a la propia existencia y adquirir una identidad heroica, en respuesta a la invisibilización por parte de la sociedad.
Por esta razón, seguir mezclando en el debate publico terrorismo e inmigración desvía la opinión publica del problema real. Los atentados ocurren por manos de ciudadanos europeos discriminados y guetizados; ningún terrorista se atreverá nunca a montarse en un barco y recorrerse miles de kilómetros para hacerse explotar. Aceptar que exista una división maniquea entre “ellos” y “nosotros”, como un choque de culturas, es plegarse a lo que los terroristas quieren: atizar el odio y aumentar las fracturas y contradicciones en la sociedad, para que esta acabe autogolpeándose.
Necesitamos estar unidos hoy como nunca antes, y la cohesión es necesaria tanto para la política interior, cuanto para la exterior. Luchar en contra del IS mientras a la vez se mantiene la alianza con países como Arabia Saudí, para comprarle petróleo y venderle armas, ya ha llegado a ser un tipo de postura esquizofrénica insostenible. Considerando que las monarquías de Golfo ayudaron a la creación y propagación del islam wahabita en Europa, enviando a sus imames a Bélgica para darle una educación islámica radical a los jóvenes de las banlieues – medida aceptada por los gobiernos a cambio de una paz relativa y que se le revuelta en contra- debería ser suficiente para empezar a reconsiderar dicha alianza.
Europa tiene que adoptar una política exterior clara y coherente para hacer escuchar su voz sobre la resolución de las guerras dentro del contexto internacional. La guerra de Siria es un problema sobre todo europeo, para que negarlo, se trata de geografía. Es triste que esto se entienda solo a través de la violencia y la muerte, pero aunque sea tarde, no es demasiado tarde.
Parar las guerras en Siria y en Oriente Medio, abrir las fronteras y definir políticas de acogimiento comunes, luchar en contra de las desigualdades, el desempleo, la precariedad, la pobreza y el racismo: es el único camino que podemos recorrer si queremos parar los estragos de sangre. Es tiempo que Europa demuestre su voluntad de actuar como una unión democrática y compacta, en vez de un frágil aglomerado de países egoístas.
No se trata obviamente de una solución realizable de hoy a mañana, por lo que la política europea tiene que hacer un gran esfuerzo para razonar a largo plazo; de todas formas, ya queda clarísimo que las medidas en contra de la guetización, marginalización y discriminación social y étnica y la denuncia de las guerras, delinean el único desempeño coherente para que no nos resignemos pasivamente a la espera del próximo atentado.