Entre el paroxismo de una borrachera me encontraba el otro día junto a un buen amigo mío, cuando me preguntó entre balbuceos:
-¡Tío!,¡tío!, ¿tú crees… crees que estamos en el final de la Historia?- se me puso profundo el colega. Parece ser que la nueva receta que ha impulsado Mahou lleva un toque de Fukuyama.
Me quedé atónito, vaya. No supe que decirle. Entre una conversación de bar, de Ronaldos, de Pablos Iglesias, me calzó mi querido amigo una pregunta filosófica, como el abuelo que calza una repentina colleja a su nieto.
-El fin de la Historia … – en mi casa meditaba al día siguiente.
Resulta pues , que si hoy viera a mi amigo, sobriamente le diría que no existirá fin mientras haya vida, pero luego – porque siempre hay un pero- me resignaría a decirle que el thimos que mueve el progreso está algo fastidiado, por no decir roto del todo. Según Marx, el fin de la historia llegaría con la igualdad, con el fin de la lucha de clases. La igualdad no ha llegado, y la lucha de clases está, para mi gusto, algo dormida. El liberalismo ha vertido cloroformo en las conciencias sociales, ha usado un pañuelo bien empapado y ha mandado a una siesta amarga (que se me hace eterna) a los que desde abajo sufren. Mediante una cultura homogénea, un discurso ambiguo donde de cara se habla de amor y solidaridad y en las espaldas se asesina a todo tipo de civiles indignos del primer mundo, se ha parado ese thimos que mueve el progreso: Ya no hay locos solo hay mileuristas endiosados y claro, la historia que progresa con el clamor de los locos, no anda. No hay gasolina que mueva el motor del progreso.
En el Metro, de camino a algún absurdo lugar, pensaba en el fin de la historia. Me abofeteé la cara, una mujer que estaba sentada a mi lado me miro y, con razón, deslizó su cuerpo dos asientos a la derecha. Maldecía a mi amigo, y sobre todo a Fukuyama, a Marx y a Hegel, en el orden cronológico adecuado. Pero no, recapacité y me negué a mi mismo como San Pedro hizo en su día con Cristo. El fin de la historia no puede ser liberal, el fin de la historia no puede ser tan ruin por mucho que Fukuyama quisiera, el fin de la historia llegará en otro tiempo, llegará cuando yo no esté, cuando no estén siquiera mis hijos. No se cuando, pero el fin de la historia no vendrá con esta libertad opaca.
Me imaginé en Idomeni, en Siria, en Nigeria, delante de la gente que sufre afirmando que es el fin de la historia – No Fukuyama, no, el fin de la historia no ha llegado – . Me imaginé ,después, las caras de las mujeres Kurdhas que luchan contra el Daesh y los escollos de la sociedad occidental. Luego, pensé en la rabia de aquellos que murieron a manos de Boko Haram en Nigeria, de aquellas que fueron violadas. Me afirme a mi mismo en contra del fin de la historia, y no solo fuera de las garras de occidente. Ví las firmas de defraudadores en papeles panameños y no me resigne a aceptar el fin de la historia. Más tarde, mientras mi culo calentaba el asiento del sofá, frente al televisor, vi un desahucio y pensé en mi ebrio amigo – Cada vez, estoy, más convencido de que no es el fin de la historia – simulaba decir en el recuerdo borracho que se guardó en mi cabeza.
Pues resulta querido León Felipe que si hay locos. Son unos locos que mueven la historia a poquito, pero la mueven. Berta Cáceres, Alfon, Shangay Lily, Brahim Saika, Mohamed Bouzazi, muchos locos que han muerto por mover la historia de la quietud que el liberalismo impone, otros encarcelados, represaliados, privados de su esencia libre.
Llamé a mi amigo – Queda mucha Historia –