Hasta el más acérrimo de los socialistas sabe que Sánchez no es un gran ideólogo, sino (en palabras de Pablo Iglesias) un killer de la política, una mente fría, tenaz y atrevida, que llega hasta donde nadie se atreve a llegar para conseguir aquello que se propone, bien sea tumbar a todo el aparato de su partido, ganar la primera moción de censura de la historia o jugarse el puesto con un órdago en una partida de mus que iba perdiendo 2-0. Todos lo sabemos, y quizás, sólo quizás, sea eso lo que engancha de Sánchez.
Por consiguiente, todos sabemos que el objetivo de la amnistía es que Sánchez sea investido presidente, y no lograr la paz y la amistad fraternal en Cataluña, como se ha defendido. En base a ello, sirva este artículo como un esquema que de algunas pinceladas políticas sobre qué puede pasar en la futura (y casi segura) investidura de Sánchez, y qué actores pueden estar involucrados en el devenir más inmediato de la política española.
Tras la fallida investidura de Feijóo, nos encontramos con un Junts que es plenamente consciente de la privilegiada situación que han arrojado las urnas, y que está estirando el chicle de sus exigencias sabedores de que a Sánchez no le queda otra que tragar los sapos que le pongan por delante si quiere ser presidente en esta legislatura. Sin embargo, si ese chicle se estira demasiado, quizás pueda romperse.
Existe un escenario (no tan descabellado tras el cruce de comunicados entre independentistas y PSOE-PSC) en el que Sánchez, ante unas exigencias por parte del independentismo que considere inasumibles, decida escuchar algunos susurros de sus spin doctors, jugársela una vez más y convocar elecciones. Al fin y al cabo, cuenta con un ambiente todavía eufórico de sus bases, un relato claramente definido (el de la no cesión frente a los independentistas) y un bloque de la derecha con la mandíbula aún desencajada después del K.O. del 23-J. Si estos condicionantes se dan, no habría amnistía posible, y Sánchez se lanzaría a una lucha por seguir devorando terreno a Junts y ERC en Cataluña y por movilizar voto ex-socialista a nivel nacional cual Aquiles que se sabe invencible en batalla. Pero, ante un escenario tan prometedor, ¿qué impide a un amante del riesgo como Sánchez lanzarse de nuevo a caminar sobre la cuerda floja?
Paradójicamente, la respuesta puede estar en Podemos, que, sin pretenderlo explícitamente, puede ser terminar convirtiéndose en el gran artífice de la amnistía. El partido morado ha perdido toda la influencia que le quedaba y, con un hipotético sí de Junts, ni siquiera sería necesario su voto afirmativo para lograr la investidura (una abstención de los cinco diputados de Podemos no alteraría el resultado). Sánchez es consciente de ello, y sabe por tanto que firmar la amnistía y conseguir, por ende, el voto afirmativo de Junts, desactivaría cualquier amago de Podemos de intentar desestabilizar el bloque progresista con el fin de imponer maximizar su influencia, presionando, por ejemplo, para que Montero siga siendo Ministra de Igualdad. Por mucho que se teatralice, Junts es un socio mucho más cómodo que Podemos para Sánchez en cuestiones económicas y sociales, y garantizarse que el único derecho que tengan los morados a lo largo de la legislatura sea el derecho al pataleo (y algún tweet de Pablo Iglesias), es un botín demasiado jugoso como para dejar pasar la oportunidad.
Por otra parte, por muy favorables que sean los vientos electorales para Sánchez, una repetición electoral implicaría una nueva negociación en el espacio de Sumar, con un Podemos que ya no aceptará tan fácilmente que Montero se quede fuera de las listas, y cuyo lanzamiento en solitario (no tan descabellado) finiquitaría cualquier opción de reeditar un gobierno progresista de coalición. Sánchez es un pistolero de la película, y sabe que de poco o nada sirve mejorar los resultados del PSOE en una nuevas elecciones (algo probable) si ello supone el fin de la OPA hostil de Sumar a Podemos o una oportunidad del pablismo de maximizar su influencia política (algo casi seguro).
Por tanto, siendo la amnistía la garantía de un nuevo gobierno progresista y el principal impedimento de unas nuevas elecciones, nada creo que sea tan decisivo para el ajedrecista como la tentación de ver a Podemos sumido en la indiferencia durante (al menos) el tiempo que dure la legislatura.