La espiral política de este 2022 al que le quedan pocas horas ha tenido en la crisis de liderazgo del Partido Popular en febrero uno de sus puntos clave que explica buena parte de todas las turbulencias posteriores.
Si bien los pequeños éxitos discursivos que se iban anotando los conservadores en temas clave como la inflación o el paro duraban poco o nada por datos oficiales que echaban por tierra estos relatos , lo mismo ha acabado sucediendo, ocho meses más tarde, con su nuevo presidente, Alberto Núñez Feijóo.
El líder gallego, digno heredero político de un imbatible Manuel Fraga en la Xunta, había sonado siempre como el «plan B» perfecto en los momentos de crisis del PP, el «barón» que podía dejar sus cómodas mayorías absolutas en Santiago para batirse en la dura arena política de Madrid donde cualquier líder popular no sólo debe batallar con sus adversarios políticos naturales, sino también con los populares madrileños.
Rajoy contra Aguirre, Casado contra Ayuso… Las rivalidades entre ambas plantas de la sede de la Calle Génova han sido siempre públicas y notorias, quizá las únicas en el seno del partido que nunca se han tratado de disimular.
Pablo Casado cometió el error de enfrentarse, con dos derrotas electorales a sus espaldas, al emblema del neoconservadurismo populista que él mismo había encumbrado en la figura de Isabel Díaz Ayuso. Y perdió. La misma mano que firmó la sentencia de muerte (política) de Casado tendió la mano sin dudar a un Feijóo que aspiraba a ser todo lo contrario a lo que ella representaba en Madrid: la moderación, la concordia, la seriedad… frente a un supuestamente caótico Gobierno de coalición.
Ocho meses después de su nombramiento en el congreso extraordinario del partido, el aura de Feijóo prácticamente ha desaparecido. La continua superación de las crisis por parte del Gobierno de Pedro Sánchez (bajada de la inflación, bajada del paro, aprobación de la reforma laboral, de la «ley trans», de los terceros Presupuestos Generales del Estado consecutivos por una amplísima mayoría,…) no ha ayudado a un presidente popular desnortado, que en cada intervención con la prensa termina por trastabillarse cuando se trata de profundizar en los temas y que cada semana pone el foco mediático en una cámara casi olvidada como es el Senado por los continuos vapuleos dialécticos por parte del Presidente del Gobierno.
En su defensa cabe decir, sin embargo, que no ha estado solo en este descenso a los infiernos de la irrelevancia. El equipo formado a raíz del XX Congreso Nacional Extraordinario en Sevilla, donde cobraba mucho peso, precisamente, el liderazgo andaluz de Juan Manuel Moreno Bonilla (supuestamente el modelo a seguir frente al populismo de Ayuso), no era un salvavidas. La elección de Elías Bendodo como Coordinador General o de Juan Bravo como Vicesecretario de Economía aseguraban un respaldo inequívoco desde el Palacio de San Telmo, pero también incontables declaraciones a medios (y, por ende, en redes sociales) donde la ausencia de carisma o de poder de convicción eran alarmantes. Un desacierto que en los escaños de la Carrera de San Jerónimo tenía su eco en una Cuca Gamarra que se ha quedado muy lejos de ser la portavoz de la moderación y la firmeza que el nuevo proyecto requería.
Feijóo ha sido el primer caso dentro de las dos grandes formaciones políticas (a excepción de José María Aznar) en que un presidente autonómico asumía el liderazgo nacional de su partido y, a todas luces, el ejemplo de que incluso el liderazgo más consolidado de una región puede descarrilar en tiempo récord en la política nacional.
Hoy desde Génova 13 la mirada está puesta en el domingo 28 de mayo, donde no sólo está en juego el futuro político del PSOE y Pedro Sánchez por saber cómo llegan a las elecciones generales de noviembre, sino más bien el hecho de si Alberto Núñez Feijóo va a ser capaz de llegar a ver su rostro en los carteles electorales bajo las siglas populares.