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La política es puro teatro, y Puigdemont es el protagonista5 minutos de lectura

por Sara Gutiérrez Panchón
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Así es. La política es puro teatro, Carles Puigdemont es el protagonista y tú, yo y el resto del mundo, también formamos parte de esta función; somos los extras.

Actualmente, vivimos en un mundo capturado por lo estético. El arte, la moda, la arquitectura o la cultura son esferas que se han visto afectadas por la superposición de lo simbólico sobre lo real, sustantivo y auténtico. La ciber-vida que mostramos en nuestras redes sociales es un buen ejemplo sobre cómo la imagen o los símbolos pueden llegar a difuminar la delgada línea entre lo online y offline, provocando la forzada adaptación de la vida real hacia lo tendencioso, lo mainstream, lo viral… Y, en mi opinión, también hacia lo banal.

Y como no podía ser de otra manera, la actividad política también ha sufrido dicha transformación, de hecho, en comunicación política (COMPOL) el resultado de este proceso tiene un nombre: la escenificación de la política. La comunicación, dentro y fuera del ámbito digital, se ha convertido en una herramienta fundamental para el ámbito político. Dónde, qué, cómo, cuándo, por qué y para qué, son las preguntas que debes hacerte si quieres tener una buena estrategia en comunicación y que el mensaje que quieres transmitir no sólo no se pierda por el camino, sino que además llegue a quien tiene que llegar. Es decir, a tu público objetivo.

Como sabemos, Carles Puigdemont debía ser detenido en cuanto pusiera un pie en España y, este jueves 8 de agosto, regresó al país, pisó Cataluña, dio un mitin en Barcelona y volvió a desaparecer. Mientras tanto se materializaba la investidura de Salvador Illa como President de la Generalitat en el Parlament de Catalunya, donde se esperaba o no, al prófugo. Lo interesante de esta situación no es dónde está o cómo ha conseguido zafarse de los Mossos y la Policía Nacional. Lo cautivador de esta historia para quienes venimos del campo de la COMPOL es analizar la situación desde este marco. Y es que, en uno de los momentos más débiles del independentismo catalán tras la gran pérdida de apoyos desde el 1-O de 2017, su máximo representante y cara visible -un político cuyo storytelling nos viene a decir que será juzgado por sus ideas políticas y que para salvar el proyecto ha tenido que irse a Bruselas-, ha construido una súper estrategia de comunicación política haciendo uso de herramientas como el framing o la Teoría de marcos, a través de una lucha de símbolos, gestos y escenografía, a falta de poder compartir con sus seguidores el argumentario del proyecto independentista para Cataluña.

Antes de construir el decorado, tienes que escribir la obra de teatro. En este guion, Puigdemont no es un fugitivo, es un político perseguido por la justicia española por sus ideas políticas contra el Estado español represor. Sin embargo, no sólo basta con posicionar adecuadamente este frame, además todo relato debe ir acompañado con imágenes que refuercen dicho mensaje. Es decir, debe evitar situaciones públicas que lo representen como acusado, como ser esposado públicamente, detenido, o tutelado por la policía. La imagen que representó Puigdemont en Barcelona se correspondía con la de un político que arriesga su libertad para luchar por su causa política, rodeado de gente que le apoyaba y protegía, ya que podía estar en peligro en todo momento. Y, aunque el respaldo ciudadano fue pequeño, este es el mensaje que se quería transmitir. ¿Recordáis las preguntas? Dónde, qué, cómo, cuándo, por qué y para qué. Su intención no era acudir a votar al pleno de investidura, ni ofrecer un breve mitin en el Arco del Triunfo; su mensaje nos venía a decir que él encarna, además del independentismo, la libertad, la rebeldía y la astucia (aunque no sea cierto). En las batallas simbólicas gana quien consigue imponer su marco. A lo que hay que añadir, que se dirigía hacia dos públicos muy diferentes: quienes lo apoyan y sienten admiración, y quienes lo odian, cuyo objetivo era hacerles sentir ira o enfado.

Fue en este punto en el que me pregunté, ¿qué hubiera pasado si los medios de comunicación no hubiesen priorizado esta escenificación? Probablemente, Puigdemont, no hubiera conseguido su objetivo, ya que éste era meramente simbólico. Entretanto, los focos fueron apartados del Parlament y de la investidura de Illa porque ese otro « espectáculo«» era menos morboso para la lógica mediática. «Su aparición le está robando protagonismo al debate de investidura» decía un tertuliano en televisión durante la mañana del jueves, sin ser consciente que era precisamente su obcecada cobertura la que le estaba dando demasiado protagonismo. De esta forma, la estrategia del escurridizo Carles tuvo en cuenta todos aquellos elementos -dramáticos- que tanto llaman la atención de los medios haciendo uso de una buena escenificación.

Entonces ¿a qué llamamos escenificación de la política? Con este término damos nombre a uno de los procesos que ha sufrido la actividad política por el cual las manifestaciones retóricas, metafóricas e icónicas cobran todo el protagonismo por encima del discurso verbal. De esta manera, los argumentos políticos se sustituyen por imágenes (escenas políticas) con mayor impacto, repercusión y eficacia simbólica a la hora de influir en las audiencias. O lo que es lo mismo, este amoldamiento en la forma de hacer política viralizable, se asemeja mucho a las adaptaciones que deben seguir los contenidos digitales según las reglas de los algoritmos. La política, y con ella el show que rodea a Puigdemont, se ha convertido en una puesta en escena teatralizada que busca causar el mayor impacto posible en sus audiencias a través de lo estético.

Como ciudadanxs y consumirxs de estas nuevas formas de hacer política, debemos hacer el complejo ejercicio de cuestionarnos, de ser críticos con lo que vemos y escuchamos y, sobre todo, de intentar no formar parte de esta obra de teatro, en la que la personalidad de nuestro personaje gira en torno al odio.

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