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Ojalá la arena política fuera un patio de colegio4 minutos de lectura

por Paula Ramos Romero
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Cuando somos pequeños nos enseñan que los problemas se resuelven mediante el diálogo y que quien grita, descalifica y humilla no tiene razón; independientemente de que sus motivos, en origen, tuvieran una mayor carga de sentido y argumentación que la del contrario: la forma prevalece sobre el fondo.

Mi madre es profesora y se jubila este curso. He tenido la suerte de poder formar parte de su entorno laboral de múltiples formas y he tenido el privilegio de presenciar cómo ha enseñado, educado y ayudado a decenas de promociones de niños y niñas de primaria. Tratar con alumnos y alumnas en proceso de conformar su personalidad y su identidad, procedentes de todo tipo de realidades y en contextos cambiantes e inciertos no ha sido fácil, pero sé que la satisfacción ha sido inmensa. Y lo ha sido porque, al final, parecía que siempre ganaba el bien: en las peleas, en las discrepancias y en los desafíos cotidianos se acababa imponiendo la educación, la cordura y la empatía.

Mi madre siempre ha mediado, ha sembrado paz y ha dotado a sus alumnos de herramientas para desarrollar el debate, la argumentación y el entendimiento mutuo. Mi madre es de esas docentes que son capaces de sentar a dos niños que no podían ni mirarse a la cara después de haberse gritado e increpado en el recreo para hacerles ver que no son enemigos, ni siquiera adversarios, sino compañeros; que no están obligados a ser amigos, pero sí a mantener las formas y a ser conscientes del daño que puede causar en el otro su comportamiento; que no sabemos la historia de las personas que nos rodean y que, por tanto, desconocemos las batallas que pueden estar librando en silencio.

Es innegable que la educación en España necesita un revulsivo para adaptarse por completo a las exigencias y retos de una sociedad que avanza a pasos agigantados, sobre todo en el ámbito tecnológico. Sin embargo, la escuela sigue siendo un lugar seguro, un refugio, una burbuja.

Fuera de la burbuja hace mucho frío y, en la esfera de la política, nos estamos congelando en pleno junio. ¿En qué momento hemos normalizado la descalificación hiperbólica y despiadada en detrimento del debate sosegado y argumentado? Es muy triste y poco elocuente que quien recibe más atención mediática sea quien clama por el «golpe final contra Sánchez» y quien genera, con el mínimo esfuerzo y de manera simplista, oxímoron como «Sanchismo o España». En sus cabezas suena espectacular, pero en la práctica no tiene sentido. La derecha es experta en vaciar de contenido todo tipo de conceptos y convertirlos en estériles, también los que ellos mismos se inventan. Algunos pueden funcionar en mítines llenos de adeptos, pero no en debates serios.

Que la derecha huya del debate y lo considere «una excentricidad» en lugar de un signo de calidad democrática no supone ninguna sorpresa. La confrontación dialéctica implica preparación, buena capacidad de improvisación y, sobre todo, conocimiento.

En un cara a cara o en un debate entre varios candidatos no se puede repetir demasiado «Que te vote Txapote» o «Sánchez rompe España» porque la audiencia no es tonta y se daría cuenta; no vale con enarbolar una bandera y meter miedo con la llegada de unos o la reedición de otros: hay que demostrar calidad política, hay que saber generar ilusión, combinando lo conseguido con lo que queda por hacer, y hay que exponer la hoja de ruta a seguir para conformar el modelo de país al que nos dirigimos. La derecha en su conjunto, y Feijóo en particular, carecen de una agenda política sólida para España. Es entendible que no quieran debatir mucho, pero que lo reconozcan.

Las incoherencias del Partido Popular en el ámbito legislativo son un clásico y parecen guiarse bajo la premisa de «recurramos todo lo que podamos para fastidiar, que luego lo dejaremos todo igual porque no nos atrevemos a cambiarlo». Su único plan de actuación consiste en oponerse a lo presente, pero no a las políticas ni a los avances conseguidos gracias al Gobierno de coalición progresista, sino a Sánchez. El candidato popular a la presidencia del Gobierno de España, Alberto Núñez Feijóo, debe explicar ante los españoles a qué se refiere cuando asegura que «derogará el sanchismo»: ¿Acaso piensa bajar el SMI? ¿Eliminará la ley trans? ¿Subirá el IVA? ¿Prescindirá de la «excepción ibérica»? ¿Reducirá las inversiones en materia de transición ecológica? ¿Renunciará al pacto de Estado contra la violencia de género?

En un contexto en el que las puñaladas están a la orden del día, el debate de las ideas ha pasado a un segundo plano, los insultos feroces nublan la empatía, los titulares llamativos superan a los argumentos consistentes, la autocrítica brilla por su ausencia y hay políticos que se aferran a su silla sin entender que ya no aportan… yo solo puedo decir una cosa: ojalá hubieran tenido a mi madre como profesora.

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