Perseguidor, Víctima o Salvador. ¿Con qué papel te identificas de forma más frecuente?, ¿Siempre adquieres el mismo o depende de con quién te relaciones?
Estas preguntas, que raras veces nos hacemos, pueden determinar a qué tipos de juegos solemos “jugar” en todas y cada una de nuestras relaciones: familiares, amorosas, con amigos o compañeros de trabajo y estudio. No podemos evitarlo, o quizá sí, pero es mucho más complicado de lo que parece. Cada palabra, cada pequeño detalle, puede desembocar en que no exista una conversación fluida, libre y limpia de intenciones ocultas, o lo que es peor, de intenciones que vayan en contra de los deseos de la otra persona.
Lo más deseable es negarse a entrar en el juego, pero muchas veces somos incapaces de detectar nuestros propios impulsos. De esta forma los seres humanos sufrimos un gran desgaste emocional al interpretar cualquiera de los roles descritos por el psicólogo Stephen Karpman. “Lo habitual es que las personas traten de cambiar de papel en la situación que les genera sufrimiento” explica Fernando Alberca, asesor educativo, consultor en relaciones familiares y ex consejero del Consejo Escolar del Principado de Asturias.
En cualquier caso, una vez iniciado el juego, solo existen cuatro opciones: aumentar la escalada, someterse, neutralizarla o, la mejor de todas, ofrecer una solución creativa. En el juego “Todo lo hago por ti” generalmente es la parte dominante la que adopta el rol de perseguidor, intentando disuadir a la otra parte de que haga algo que desea hacer o animándole a hacer algo que desaprueba.
«Deja que sea yo quien me ocupe de estas gestiones», «Deberías llevar este traje en la cena de negocios», «No cojas el teléfono, tienes que estar concentrad@ y lo que puedan decirte te alterará». En definitiva, Lo hago porque es lo mejor para ti, algún día me lo agradecerás.
Puede que suene duro, grosero o incluso incómodo, pero hay ocasiones en las que no se puede mantener ninguna de las tres primeras respuestas a estos juegos. La escalada solo provocará una mayor confrontación, alternándose los papeles de víctima y verdugo. La sumisión anula a uno de los dos participantes, dejando al otro con una concentración de poder completa. Y por último, la antítesis, puede ser una opción muy drástica y que conlleva un valor, que en muchos casos no tenemos.
Plantear una solución a caballo entre lo que quiere o desea uno y lo que necesita el otro, puede ser la clave para llevar a buen puerto una “negociación”.
«Te agradezco que quieras ocuparte tú de las gestiones pero podríamos alternarnos esta tarea para que ambos estemos equilibrados en carga de trabajo y nos sintamos parte de las gestiones que compartimos», «Creo que este traje me va bien gracias, es una buena idea, ¿qué te parece si me das tu opinión en la próxima ocasión y yo te digo también que vestuario había pensado?», «Cogeré el teléfono para que sepa que le llamaré después porque quiero estar concentrad@ para el asunto que tengo que resolver».
Nadie garantiza que la otra parte este dispuesta a asumir esa cooperación, pero intentarlo nunca está de más. Hacer algo por una persona implica emoción, intención y respeto. Cuando de forma altruista se ayuda o se aconseja a alguien nunca se sueñe mencionar, ni muchos menos “recordar a la otra persona que le estas ofreciendo la ayuda”. De ser así no será algo altruista, y estarás participando en un juego psicológico y de poder en el que las intenciones mostradas y las que se tienen detrás, nunca son las mismas.