El dia 4 de marzo, hace poco más que una semana, el pueblo italiano se vio llamado a las urnas para decidir sobre su nuevo gobierno. El resultado ha sido un claro y fuerte grito de rabia en contra de una clase política parada, corrupta y obsoleta.
El voto no esconde ninguna verdadera sorpresa para quienes conocen el recorrido político italiano: el Movimiento 5 Stelle ha sido el partido más votado con más que el 30% de los votos, la coalición de derecha (Forza Italia-Liga-Fratelli d’Italia) ha ganado un 37% sola, mientras la coalición del Partido Democratico ha bajado drásticamente a apenas el 18% de los votos.
Quizás la sorpresa más grande sea la victoria de la Liga en contra de Berlusconi, que por primera vez no se ha posicionado como primera fuerza de derecha. Sin embargo, ningúna de las coaliciones ha ganado suficientes votos para lograr gobernar sola, asi que, una vez más, Italia tiene que enfrentarse con el problema de la ingobernabilidad. Esto también se debe a una nueva ley electoral aprobada en 2017 que se ha revelado falimentar para solucionar el problema, una ley liosa cuyo objetivo era excluir al Movimiento5Stelle de la posibilidad de formar un gobierno premiando la coalición de partidos, y que ha ahora puede revelarse el golpe de gracia para los partidos tradicionales.
Un 70% de los ciudadanos italianos ha votado para partidos “antisistema”, que prometen rotamar el establishment y depurar el país de la corrupción, mientras la derrota del Partido Democratico es sintomático de una crisis de la izquierda que es común a todos los países occidentales. Durante los últimos años, el PD ha sido promotor de políticas más orientadas a la derecha neoliberal, alejadas de la clase trabajadora, y ha evitado reflexionar sobre la posibilidad de crear un nuevo modelo político que comprenda un acercamiento a los territorios y al mundo digital. Evitando cuestionar las políticas de austeridad de la Unión Europea, y adoptando la misma comunicación política del Partido Democratico estadounidense según cual la única opción razonable era dar un voto al establishment, Renzi y su partido han marcado su derrota política ya empezada con el referéndum del pasado diciembre 2016.
El voto italiano expresa un rechazo a la racionalidad impuesta desde arriba, ya que para la mayoría el establishment no ha hecho nada para mejorar la lenta crecida económica que ha dejado a los jóvenes italianos sin oportunidades laborales, obligándole a buscarse un futuro fuera del país mientras la deuda pública sube. El apoyo a los partidos populistas significa sobre todo que los ciudadanos italianos ya no confían ni en la derecha ni en la izquierda tradicionales, y han preferido dar su voto a caras nuevas que prometen depurar el país de la corrupción y devolver una situación económica digna a todo el mundo.
Cabe recordar que el voto de los italianos ha visto una neta distinción entre Norte y Sur del País. La victoria absoluta del Movimiento 5 Stelle en el Sur ha sido el resultado del uso de un discurso transversal a las ideologías políticas, que ha prometido una renta básica para todos en un territorio profundamente golpeado por la crisis económica, y ha criticado la gestión de la crisis migratoria del PD ahí donde llegan los flujos de inmigrantes y refugiados. En este sentido quizás el partido de Luigi di Maio sea el experimento populista europeo más exitoso, por su capacidad de atraer votos de todos los desilusionados de la izquierda, derecha y centro – lo que le distingue netamente de un partido populista de izquierda como Podemos.
Asimismo, la Liga con su discurso abiertamente de extrema derecha, ha ganado muchos votos sobre todo en el Norte donde la tradición leguista siempre ha sido fuerte, la xenofobia más marcada y las condiciones laborales han ido empeorando. Queda claro como los dos partidos, aunque mantengan diferencias, comparten distintos puntos en común, como la criticidad hacia la Unión Europea, los migrantes e incluso la peligrosa teoría complotista sobre las vacunas.
Esto lleva a pensar que la solución a la gobernabilidad pueda encontrarse en una alianza entre los dos partidos populistas, lo cuál haría temblar Europa. Aunque los dos líderes de partidos, Luigi di Maio (M5S) y Matteo Salvini (Lega) vayan negando una posible colaboración entre ellos, di Maio se dice abierto al diálogo con cualquier fuerza política quiera hablar con el Movimiento.
Dentro de este panorama, Matteo Renzi ha dejado claro durante su discurso de dimisiones que el PD no entiende aliarse con los populistas. Quedarse en la oposición y entregar las llaves del país a M5S-Lega puede ser muy arriesgado. Muchos creen que el PD debería dejar de intentar preservar el poder de la vieja guardia, dejar a un lado su arrogancia y apoyar al Movimiento 5 Stelle para moderarle, dejando que Di Maio y los suyos se enfrenten con las responsabilidades de gobierno. Bloqueando al Movimiento 5 Stelle, los partidos tradicionales corren el riesgo de acrecer la rabia de los electores y en consecuencia su apoyo, así como las largas negociaciones pueden agravar la situación que ha llevado a la nacida y crecida del populismo.
Es probable que para formar un gobierno de mayoría las tratativas sean largas y difíciles, pero algo queda cierto: dentro del cuadro europeo, el voto italiano no ha sido un grito de esperanza, sino de rabia, y si el próximo gobierno no hará nada para aumentar la transparencia y mejorar el problema de endeudamiento, Italia se verá deslizar cada vez más hacía la exclusión de las decisiones políticas europeas y una crisis económica sin fin. Asimismo, la izquierda europea tiene que aprender una vez más la lección: encerrarse dentro sus propias contradicciones no llevará nunca a la criticidad necesaria para diseñar un proyecto moderno y apto a la comprensión de los nuevos problemas de la clase trabajadora. Y sin ello, la izquierda tiene vida muy corta.