El mundo occidental asiste perplejo y atemorizado a un nuevo fenómeno terrorista tan incontrolado como eficaz: el uso del audiovisual en todas sus formas y soportes. A estas alturas no voy a referirme a los atentados de Barcelona y Cambrils más que para tomarlos como punto de partida. Poco se podría añadir a todo lo que se ha escrito, contado y reflexionado ante esos hechos espantosos que han segado la vida de 15 personas y herido a más de un centenar. Sin embargo, sí voy a referirme a un aspecto al que bajo mi punto de vista, no se le ha puesto el foco suficiente siendo crucial en la estrategia de ISIS: el uso de Internet para hacer proselitismo y expandir sus ideas y acciones en un mundo global.
La lectura del libro escrito por Javier Lesaca titulado Armas de seducción masiva se centra precisamente en la factoría audiovisual de Estado Islámico, cuyo target es la generación millennial. Este libro destripa la importancia que Daesh otorga al marketing digital: “no solo para comunicar sino para mover a la acción a sus audiencias”. De hecho, el 50% de los más de 1000 vídeos elaborados desde su irrupción en el verano de 2014, están inspirados en el cine de acción como Saw o Homeland y en las escenas más violentas de los videojuegos más populares como Call of Duty o Grand Theft Auto, con el fin de convertir el terrorismo en un producto imitable, seductor y culturalmente próximo. El efecto viral que ISIS consigue al colgar al instante en las inmensidades de la red los vídeos que produce es prácticamente su primera razón de ser. Esto pone de manifiesto el papel fundamental que está jugando Internet en el proceso de radicalización en todo el mundo. Precisamente son los jóvenes desencantados, frustrados y marginados su primer objetivo para captar nuevos adeptos, pero también individuos que estando aparentemente integrados en las sociedades en las que han nacido, se sienten atraídos por el fanatismo, la estética y la promesa del paraíso. Resulta espeluznante ver que detrás de cada nuevo atentado encontramos el juramento al califato que el suicida ha dejado portando la bandera de ISIS antes de morir matando.
En la estrategia de comunicación de ISIS es vital que estos muyahidines expliquen que mueren por Alá y para acabar con los “cruzados”. El lavado de cerebro al que somete el autodenominado Estado Islámico a sus adoctrinados nos lleva a pensar que en realidad no son jóvenes preocupados por la religión, ya que en sus perfiles muchos de ellos aparecen en actitudes contrarias a lo que serían los preceptos dictados por el Islam. ¿Entonces, por qué mueren llevándose por delante vidas inocentes? La respuesta a esta pregunta debería abordarse en todos sus aspectos, desde el origen de esa frustración canalizada por Daesh, hasta el inmenso atractivo que consiguen con sus producciones audiovisuales haciendo familiar fabricar una bomba en una cocina y emitiendo después sus atrocidades como al más puro estilo de la ficción hollywoodiense.
Dando por sentado que la responsabilidad de matar es de quién lo hace, resulta imposible pasar por alto los errores cometidos por Occidente en conflictos como la guerra de Irak o Siria y en general la situación de Oriente Medio en las últimas décadas. Es por ello que el reto de los Estados para combatir esta nueva forma de terror indiscriminado es inmensa y requiere la participación de grandes actores que nunca han jugado en guerras convencionales como Google, Twitter, Facebook y Youtube. Estas plataformas siempre llegan tarde para evitar la difusión de miles de mensajes que navegan libres por la red demostrando el inmenso poder digital que ahora mismo tiene ISIS. ¿No deberían en este momento centrar sus esfuerzos en minimizar al máximo la repercusión de éstas proclamas? A ellos también les corresponde la obligación moral de luchar contra este enemigo físico y digital.
Entiendo que es imposible pretender que los crímenes yihadistas no se conviertan en portada de la prensa mundial o abran todos los telediarios, pero es necesario poner límites a la emisión de primeros planos de víctimas destrozadas o de asesinos con sus rostros desfigurados. Reconozco que en los atentados del 17-A me impresionó, me indignó y me produjo un rechazo hasta la náusea ver cómo alguien es capaz de grabar con su smartphone antes que socorrer a las víctimas tendidas en Las Ramblas.