A pesar de la demonización que ha sufrido a lo largo de la Historia, Julio César era un personaje carismático. El cargo de dictator en la República romana era temporal, no era fácil conservarlo y hacerlo permanente. Y mucho menos convertirse en imperator. César era astuto, calculador e inflexible contra sus enemigos.
Ponerle el apelativo de César a Pablo Iglesias no es algo descabellado. Nadie aúpa a un partido nuevo de las tertulias a la tercera fuerza parlamentaria por arte de magia. Pero el refranero español nos proporciona grandes términos como el de «borracho de poder», especialmente cuando el vino del éxito es tan dulce.
Cuando uno emprende un proyecto y tiene éxito, a nadie le gusta escuchar sus defectos, a nadie le gusta que le agüen la fiesta. Por este motivo, uno tiende a apartar a los aguafiestas de su camino, por muy valiosos que sean. Nace entonces la corte de aduladores.
Si bien Íñigo Errejón ha sido un pilar (si no el principal) fundamental para el éxito de Podemos, en los últimos tiempos se había convertido en uno de esos aguafiestas para el Secretario General. Desde la negativa a confluir con Izquierda Unida el 26J, la división entre los líderes de Podemos ha ido creciendo más y más. Eso sí, fue a Íñigo al que le tocó salir a dar la cara el primero tras perder 1.200.000 votos respecto al 20D.
Trabajando en pos de aumentar esta división han estado lo más cercanos a Iglesias desde entonces. Figuras de discurso político vacío y formas comunicativamente violentas como Rafa Mayoral o Irene Montero han sido sus protagonistas. Unos protagonistas que han ido conformando la corte de aduladores que todo líder tiende a crear a su alrededor. No hacía falta ya disimular la división en los platós cuando Errejón escuchaba las palabras que le dedicaba Montero días antes, porque el tablero está ya más que dispuesto.
Es fácil alzarse con la bandera de la nueva política, pero muy difícil no caer en los mismos errores de la vieja. ¿Qué diferencia hay entre la división interna de Podemos y la del PSOE en los primeros años ’90? ¿Acaso no les pasó lo mismo a Alfonso Guerra y Felipe González? ¿No son Mayoral y Montero los Javier Solana y Joaquín Almunia de entonces? El tiempo terminó por demostrar que Felipe González cayó en desgracia por haberse alejado de Guerra. No creo que en Podemos tarde mucho en ocurrir lo mismo.
Al final, lo que demuestra todo esto, es que el poder corrompe, siempre, y no en el sentido penal, sino que corrompe hasta las más nobles ambiciones. ¿Quién le iba a decir a Pablo Iglesias que acabaría criticando frente a un micrófono la forma de vestir de su compañero de fatigas? En casos así, siempre conviene recordar las palabras de las grandes figuras de la política, y es que ya lo decía Konrad Adenauer, «Hay enemigos, enemigos mortales y compañeros de partido».