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Aquella noche de 19824 minutos de lectura

por Jorge Osma
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Muchas veces me han preguntado, en diferentes escenarios, qué momento histórico me hubiera gustado vivir. Nunca he sabido muy bien qué contestar: el Siglo de Oro, el Madrid de las tertulias en los cafés del XIX o la proclamación de la Segunda República podrían ser, a priori, algunas de las respuestas.

Siendo realistas (todo lo real que puede ser viajar en el tiempo), si hay una fecha con la que me quedaría para vivirla hasta el último minuto sería la de hace hoy 40 años, el domingo 28 de octubre de 1982, el día que nos cambió a todos. No es que a mí me pudiera cambiar mucho cuando aún faltaban 8 años para que asomase por este mundo, pero sí a todos los que quiero que por entonces ya lo habitaban.

Porque cuando hablamos de la victoria del PSOE y Felipe González, o de Felipe y Guerra aquella noche, tendemos a hablar (cómo es lógico) de cómo cambió España. «A España no la va a reconocer ni la madre que la parió», sentenció entonces el próximo Vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, sin miedo a equivocarse.

Tendemos, sin embargo, a olvidar cómo cambiaron nuestras familias, su día a día, sus anhelos, sus miedos, su presente y su inminente futuro.

Yo no había indagado especialmente en lo trascendental de la fecha a pesar de mi entusiasmo por la Historia, la política y el PSOE. Para mí, cuando era pequeño y como señalaba Verónica Fumanal en Hoy por hoy, había dos cosas que no cambiaban: el Rey y Felipe González. Hasta tal punto que cuando, a mis seis años de edad, Aznar se convirtió en Presidente, preguntaba que dónde estaba Felipe.

Pero en mayo de 2009, a punto de terminar mi primer año de Ciencias Políticas, mi amigo Pablo me propuso que en nuestro grupo hiciéramos el trabajo final de Introducción a la Ciencia Política sobre las elecciones del ‘82. Datos de participación, encuestas, resultados por provincias… Y quisimos dar un toque distinto al trabajo introduciendo entrevistas a los testigos que más a mano teníamos: nuestras familias y las de algunos amigos.

Cámara en mano y con los precarios medios de que disponíamos entonces nos pusimos a grabar aquellas palabras sencillas, sinceras, sobre lo que había significado para ellos ese momento.

«Esperanza», «ilusión», «nerviosismo», «emoción contenida»… Fueron muchos los calificativos para los recuerdos de aquellos días donde el lema «Por el cambio» protagonizaba los muros plagados de carteles electorales.

La generación de mis padres y de mis tíos era la nacida entre la posguerra y el baby boom, la que había vivido sus primeros años de juventud en un Franquismo que languidecía y había cruzado la frontera en su primer coche para hacer acopio de libros prohibidos.

En 1982 estaban llamados a ser los protagonistas de una nueva España, que prometía serlo en todos los sentidos porque, como decía Felipe en una entrevista en su autobús electoral, «ya es hora de perder de vista a los mismos de siempre». Y es que, aunque la figura de Suárez fuese fundamental para la llegada de la democracia, UCD no era más que una versión descafeinada del lado más aperturista de la dictadura.

La imagen del cambio que proyectaba Felipe González y su equipo no era sólo la de un nuevo líder con un nuevo PSOE, sino la de toda una generación llamada a conquistar de una vez por todas el futuro en democracia. Y lo hacían, además, tomando el relevo muchas veces de quienes habían luchado por la libertad, en tiempos de la República y la Guerra Civil primero y durante la dictadura en la clandestinidad después.

Todos estos «combatientes retirados», como mi abuelo, apenas podían creer que, aquel mismo partido que había sido un pilar fundamental de los diversos gobiernos republicanos, fuera ahora la confirmación de que el sueño democrático era una realidad.

Y es que, lejos de ser modélica por dejar heridas mal curadas hasta el día de hoy, la Transición llegó a su fin aquella noche en que Alfonso Guerra levantaba el brazo de su amigo Isidoro, de su amigo Felipe, por la ventana del Hotel Palace ante una multitud pletórica que grabaría en su memoria aquellas elecciones como «las elecciones del cambio».

 

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