Lejos ha quedado la frase “Mira hacia adelante pero siempre vigilando tu espalda”. El mundo digital es imparable y por muchas pestañas de privacidad que existan, una vez que das el consentimiento al omnipresente Google, tu libertad se ve alterada.
Hace poco era testigo de un debate, en un entorno académico, sobre el buscador más utilizado en todo el mundo. Detractores y partidarios intentaban, mediante el diálogo, establecer los límites que asegurasen la privacidad de los usuarios. Quizá no seamos conscientes, o no nos incomode, que cada vez que nos conectamos a la red y acudimos a un lugar registrado en Google (y cuál se libra de ello), nuestra presencia se notifique, sin tan siquiera haber activado el botón de ubicación.
Parece que nos “invita” a que comentemos o a que nos etiquetemos en el lugar donde hemos comido o al que hemos ido a visitar una exposición. Pero en realidad estamos cediendo infinidad de datos a una empresa que controla todo lo que hacemos, segundo a segundo. Y eso asusta, porque al final se convierte en un centro de información, del que desconocemos su uso. Con tanto ataque informático quién nos puede asegurar que no estamos siendo víctimas de un secuestro de datos personales.
Pero poco podemos alegar en estos casos, pues Google se asegura que damos su consentimiento al firmar electrónicamente cada vez que creamos una cuenta en su servidor. Como cuando no lees las largas instrucciones de un nuevo aparato electrónico, esto es igual. Muchas páginas que por no perder tiempo y por pensar que no entenderemos pasamos de largo. Pero es en ellas en las que cedemos toda esa privacidad que después reclamamos.
Tener un correo electrónico con una amplia capacidad, aplicaciones del propio servidor para escuchar música, audios, juegos, y poder guardar archivos en la nube, son ventajas de las que todos sacamos partido. ¿Pero a qué precio? Quizá sería conveniente que fuésemos nosotros los que “vigilásemos” los contenidos que vamos a usar, a publicar y ceder.
Y nunca olvidarnos que todo aquello que traspasa los límites tangibles y pasan a formar parte del universo red, dejan de ser un poco nuestro y mucho de ellos, del gigante Google.