Las agresiones a lesbianas, gais, bisexuales y transexuales se han incrementado escandalosamente en Madrid. Sólo desde que comenzó 2016 se han registrado ya 14 casos. La ausencia de respuesta de la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de la capital, cuyos cargos ni siquiera fueron capaces de acercarse un momento a la concentración convocada el pasado 23 de enero, ha provocado que la asociación Arcópoli encuentre necesario adelantar la presentación de su Observatorio Madrileño contra la Homofobia, Bifobia y Transfobia, que registró la primera agresión apenas veinticuatro horas después de salir a la luz. Las personas no heterosexuales estamos padeciendo ataques verbales, físicos y simbólicos constantemente y parece que, mientras que en otro momento nos unía la reivindicación de derechos civiles como fue el Matrimonio Igualitario, ahora más que nunca es la conciencia de esta violencia que sufrimos, del miedo que experimentamos en determinados momentos, lo que genera una conciencia colectiva de solidaridad entre quienes debemos enfrentarnos a la amenaza de las agresiones.
Nos une el miedo, justo cuando parecía que nuestra libertad estaba asegurada. Pero me preocupa cómo reaccionamos a ese miedo a ser víctimas de una agresión. El pasado fin de semana un amigo me comentaba que, después de haber oído hablar en todos los medios de este incremento de violencia contra lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, no se sentía seguro y valoraba empezar a volver a casa siempre en taxi, para aminorar las posibilidades de resultar agredido. Le ofrecí mi punto de vista: no debemos cambiar nuestro modo de comportarnos como consecuencia del temor a sufrir una agresión, pues si así lo hacemos las personas homófobas habrán conseguido su objetivo: que dejemos de ser quienes y como somos para que nadie se atreva a cuestionar sus privilegios heterosexuales.
No sé si logré convencerle. Me temo que no. Y me preocupa que el trabajo activista que denuncia esta oleada de agresiones provoque lo contrario a lo que pretendemos. No queremos que las personas no heterosexuales dejen de comportarse como libremente se comportan, no queremos aumentar su miedo, o provocarles miedo a sentir miedo. Ha costado demasiado llegar a este punto como para dar ni un paso atrás. Lo que necesitamos ahora es que los agresores dejen de atacarnos, da igual cómo nos vean actuar. Llegado este momento no tenemos que “tener cuidado”, tenemos que tener derechos. También derecho a ser quienes somos sin sentir la amenaza de la violencia.