Han pasado diez años desde aquel 30 de junio en que todo cambió. Generaciones de lesbianas, gais y bisexuales vimos cómo, con una simple votación, las Cortes nos concedían la ciudadanía. Hasta entonces éramos extranjeros en nuestra propia tierra, privados de un derecho tan fundamental como poder formar una familia. Ése día millones de españoles comprendimos que, al menos en las leyes, estábamos empezando a dejar de ser despreciados.
Ahora empezamos a observar los frutos de aquella reforma del Código Civil, contra la que se levantaron tantas voces, manifestándose contra los Derechos Humanos en nombre de una religión o una tradición mal entendida; contra la que se levantó un vergonzoso recurso de inconstitucionalidad firmado por decenas de diputados del Partido Popular, de los que algunos ocupan aún cargos institucionales sin que nadie se atreva a recordarles que, con aquella firma, están moralmente inhabilitados para representar a la ciudadanía. Más de 25.000 parejas no heterosexuales figuran ya en el censo como unidas en matrimonio y, aunque se trata apenas de un puñado de personas, su vínculo ha servido para que toda una generación sea más libre.
Quienes crecimos antes de que se obrara el milagro no sabíamos, al empezar a reconocernos como lesbianas, gais y bisexuales, cuál podría ser nuestro futuro afectivo. Dependiendo mucho del entorno en que nos desenvolviéramos podíamos esperar a lo sumo una vida en pareja sin ningún tipo de reconocimiento, con unos pocos derechos básicos absolutamente insuficientes. Pero nos quedaba claro desde entonces que nuestra sexualidad nos convertía en ciudadanos de segunda categoría. Infinita crueldad aquella que, mientras todo a nuestro alrededor nos indicaba que el camino era el matrimonio, nos privaba de su disfrute.
Hoy, en sólo diez años, empezamos a conocer jóvenes que desde antes de comprender su orientación sexual ya sabían que en nuestro país el matrimonio es para todos. Tan sólo unas firmas, unos pocos votos, consiguieron que toda una generación se desarrollara sin la conciencia de ser excluída. Y las consecuencias son bien perceptibles: parejas del mismo sexo comportándose como parejas de sexo distinto en público, besándose, acariciándose, paseando cogidas de la mano por cualquier calle, no ya sólo limitadas a ser libres en un pequeño espacio de la ciudad, cuando ese espacio existe.
Pero con esta nueva forma de estar en el mundo surgen nuevos problemas o, más precisamente, se agravan los preexistentes. Estos hijos e hijas de la Libertad, hijos e hijas políticas de Pedro Zerolo, pues a su compromiso político se debe la consecución de tantos derechos, están padeciendo una oleada de violencia constante que no hace sino agravarse. Haciendo los debidos cálculos, teniendo en cuenta las denuncias que se formalizan y que suponen apenas un 10% de los ataques que realmente se producen, cada tres horas es agredida una persona LGTB en nuestra igualitaria España. No nos sorprende, basta con saber adecuar la mirada a la realidad velada de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales en nuestro país para comprender que la violencia física, verbal y simbólica están presente de una manera constante. Aunque antes no se hablaba de ello. Escondíamos nuestros miedos, nuestras marcas en la piel del mismo modo en que algunas mujeres decían haberse caído por las escaleras cuando eran víctimas de la violencia de género. Pero hoy, cuando las mujeres ya hablan y denuncian, quienes no somos heterosexuales hemos empezado a hablar. Gracias a esa generación de jóvenes más libres, cuya visibilidad supone un riesgo constante frente a la intolerancia siempre presente, pero que tienen menos miedo a contar lo que les sucede, que saben apreciar que es injusto que te insulten o te maltraten por el mero hecho de caminar por la calle agarrado a la mano de la persona a la que quieres; gracias a ellos y ellas, que hablan, empezamos a entender por fin que tras diez años sin un rumbo activista claro nuestro próximo objetivo ha de ser el de erradicar la violencia contra nosotros y nosotras, las lesbianas, gais, bisexuales y transexuales que sufrimos dos quintas partes de los delitos de odio que se producen en España.
El Matrimonio Igualitario sirvió para que mucha gente pudiera ver reconocidos por fin sus derechos, para que nuevos ciudadanos crecieran con mayor libertad. Pero años después esos jóvenes, con sus problemas al enfrentarse a la discriminación, nos demandan nuevos retos. Su perspectiva ha venido a salvar nuestro activismo. A todos ellos, gracias.
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[…] Publicado en Radio Paralela el 1 de julio de 2015. […]