Cuando uno pensaba en agosto, rápidamente le venían a la mente las calles de las grandes ciudades desiertas, oficinas vaciadas, tiendas cerradas y calma en la arena política.
Hoy en día las calles siguen llenas, las oficinas siguen funcionando con clientes cada vez más impacientes, las tiendas abren para no sucumbir al cierre y la política no se limita a las recepciones en el Palacio de Marivent de Palma. Tampoco en los pasillos de La Moncloa.
El retiro vacacional de Pedro Sánchez en Lanzarote parecía brindar a la oposición la oportunidad perfecta para seguir erosionando un Gobierno de coalición que no parecía haber encontrado en el relevo ministerial la calma que esperaba.
La imparable subida del precio de la luz, las devoluciones de menores migrantes en Ceuta o la recalcitrante quinta ola auguraban una marejada que daría paso a un otoño de plena tormenta.
Sin embargo, como ya le ocurrió a González primero y a Zapatero después, la política internacional, el punto débil de los (hasta ahora) dos gobiernos del Partido Popular, ha venido a ser todo salvavidas para Pedro Sánchez.
La dramática crisis de Afganistán tras el avance y posterior conquista talibán ha dejado al aire no sólo las debilidades logísticas o estratégicas de países como Estados Unidos, Francia, Países Bajos o Suecia, presentes bajo el paraguas de la OTAN en el país desde hace 20 años, sino también sus debilidades morales.
El abandono de sus colaboradores locales por parte de Suecia y Países Bajos, la alarma creada por Macron ante el previsible repunte de la crisis migratoria y el reconocimiento por parte de Biden de que la presencia estadounidense en el país era puramente estratégica, han terminado por dejar el liderazgo político internacional prácticamente huérfano.
Ha sido entonces cuando el nuevo equipo del Presidente del Gobierno, encabezado por su jefe de gabinete Óscar López, ha considerado el momento más oportuno para su salto al ruedo.
Sí, es cierto que la famosa «foto de las alpargatas» había insuflado ánimos a la oposición en boca de su portavoz, Martínez Almeida, pero el paseo triunfal que esperaba a Sánchez en el centro de coordinación de evacuados de la Base Aérea de Torrejón no estaba en su radar.
La visita de la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, y del Presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, era la puesta en escena perfecta para reivindicar un liderazgo europeo sostenido por sus dos pilares maestros. Especialmente en un contexto internacional donde el soft power de la Unión se erige como la única alternativa a un hard power de la OTAN y Estados Unidos que ha fracasado.
«España es un ejemplo de lo que es el alma de Europa en su mejor expresión» o «Quiero expresar nuestro apoyo y gratitud a Pedro Sánchez y a su gobierno por su liderazgo (…) para demostrar la dignidad europea» son sólo algunas de las citas que los líderes europeos dedicaron al Ejecutivo durante su visita.
Pero no sólo la figura de Sánchez ha salido reforzada de esta crisis de dimensión internacional: la ya consolidada figura de Margarita Robles en Defensa y la «sorpresa» de José Manuel Albares al frente de Asuntos Exteriores han sido puntales colaterales de un sector del Gobierno que parece no estar dispuesto a desaprovechar ninguna ocasión para afianzarse en la disputa política nacional, especialmente para marcar distancias con Podemos en el espectro de la izquierda.
Tras completar con nota el reto internacional, la agenda política y estival requería de avances en el plano nacional. Pablo Casado, como (cuestionado) líder de la oposición pero también como ex-diputado por Ávila, había centrado en el trágico incendio en Navalacruz sus dardos contra el Gobierno, junto con diversos asuntos sobre la mesa que (en teoría) no estaban recibiendo respuesta por la ausencia de su Presidente.
Poco o nada se podía prever del baño de masas en la única provincia española que jamás se ha teñido de rojo desde la Transición. Y mucho menos Paquita, la vecina de Móstoles a la que el incendio sorprendió en su casa de verano y que recibió la dedicatoria de Sánchez en su escayola entre aplausos y fotos de sus vecinos.
Y si hay alguien que no lo previó, ese fue Pablo Casado, un líder a cuyos torpes movimientos políticos se unen los adelantamientos desde la Puerta del Sol y las llamadas al sentido de Estado desde Ceuta.
Nadie, salvo aquel chico repetidor que todos teníamos en clase, podía empezar peor el nuevo curso.