Hace unos días por fin apagué el ordenador de la oficina para no volver a encenderlo hasta dentro de tres semanas. Llegaron las ansiadas vacaciones tras un año más de pandemia que afortunadamente ha venido acompañado de muchísimo trabajo.
Como consecuencia de esas inmensas ganas, el mes de julio ha pasado lentamente ante mis ojos. He ido tachando en rojo cada día que pasaba y que me acercaba más a la fecha señalada del merecido descanso.
Los últimos días han costado. Con el calor haciendo acto de presencia y una vacuna de por medio, he ido imaginando en mi cabeza el momento de desactivar el despertador, de levantarme tarde, de beber café por placer más que por necesidad.
Y cuando por fin ha llegado el momento, cuando por fin estoy de vacaciones, me he encontrado de frente con la enfermedad del siglo XXI, la necesidad de estar activo.
He observado que esta dolencia afecta a amigos y conocidos que son también incapaces de desconectar al cien por cien.
No sé si será algún gen de los que como yo son hijos de los noventa o si es esta sociedad tan loca la que cuando intentamos apagar la máquina nos dice al oído: «Oye, ¿qué haces parado? Eres un vago, un fracaso».
Estamos tan acostumbrados al estrés que se ha convertido en nuestra pequeña droga sin la cual nos sentimos raros, perdidos. Y cuando llega este periodo de desintoxicación, nos cuesta asimilarlo. Será lo que los expertos llaman «el mono». Es por ello que pienso que las vacaciones pasan volando para la mayoría, porque de quince días necesitamos siete para creérnoslo, para asimilarlo.
Creo que al igual que una vacuna hace que los síntomas de una enfermedad sean más leves, deberíamos aplicar pequeñas dosis de desconexión en nuestro día a día, a lo largo del año. Para que cuando llegue el momento, el impacto sea menor.
No pasa nada si un día no te apetece ir al gimnasio y quedarte en casa leyendo un buen libro. No pasa nada si un día no limpias la casa porque te apetece ir a pasear. No debería pasar nada si un día te marchas diez minutos antes del trabajo porque llevas toda la semana trabajando media hora de más.
Entre todos los «tengo que…» que decimos a lo largo del día, deberíamos incluir el «tengo que cuidarme» y, por supuesto, tirar a la basura esa taza con la frase motivacional «tú puedes con todo» porque lo más humano y natural es no poder.
Mucho se habla de Simon Biles estos días y creo que su ejemplo debe servir para aplicarnos estos pequeños respiros a diario, como la crema hidratante. Para no acabar con la mente seca y cuarteada.
Y hablando de crema, me está esperando la de protección solar porque después de estos días de asimilo por fin empiezo a creerme que me merezco un buen baño.