El pasado martes, Albert Rivera nos sorprendía con una declaración institucional en la que se mostraba dispuesto a iniciar una negociación con el PP que le llevase a votar afirmativamente la investidura de Rajoy a cambio del cumplimiento de una exigencia previa –poner ya una fecha al debate de investidura- y de 6 condiciones más.
Muchos habréis podido comprobar –ya sea por vosotros mismos, en las tertulias políticas o en el tablón de vuestro Facebook- que las 6 exigencias que plantea Rivera son fácilmente aceptables para el PP, pues o bien no depende únicamente del PP en sí su logro, lo que conllevaría únicamente la disposición del PP a adoptar esas propuestas; o bien ya las ha aceptado en inferiores niveles territoriales, como en la Comunidad de Madrid. En el primer caso encontramos la comisión de investigación sobre el Caso Bárcenas, la que se podría activar con el apoyo de los demás partidos en el Congreso o de la eliminación de los aforamientos, la cual, en el caso de diputados y senadores requiere la reforma de la Constitución. En el segundo, podemos encontrar por ejemplo, la limitación de mandatos o la expulsión de los cargos públicos que resulten imputados por corrupción.
Cierto es que esto no son más que unas condiciones para sentarse a negociar un “sí” en la investidura y no un acuerdo de gobierno en toda regla, como el que unió en primavera a la formación naranja y al PSOE, pero parece que todos estaremos de acuerdo en que Rivera podría haber exigido más y que por lo tanto, falla en su estrategia. Más aún si tenemos en cuenta las declaraciones de Javier Maroto en las que se veía dispuesto a ofrecer “todo” a Rivera para conseguir su voto. Nada más lejos de la realidad a mi juicio, por lo que pido permiso para tratar de explicar por qué Rivera acierta:
En primer lugar, a Ciudadanos no le convienen unas elecciones, por lo que evitarlas es su máxima. Como ya ocurrió en junio, Ciudadanos sería el principal damnificado de la subida en escaños del Partido Popular en unas hipotéticas terceras elecciones, viendo reducidos los suyos y quién sabe, quizás viendo reducida también su capacidad de condicionar la vida parlamentaria. Además, el CIS de esta semana no ha cortado la sangría descendente que viene sufriendo la formación de Albert Rivera. Por tanto, parece obvio que Rivera actúa correctamente al facilitar un gobierno que le impediría enfrentarse a las urnas de nuevo. Un gobierno que controlará desde fuera, donde se siente más cómodo y al que dejará caer si apoyarle es insostenible, fortaleciendo su posición ante una futura cita electoral, lo que nos lleva al segundo punto.
En segundo lugar, se queda ahí porque no le hace falta pedir más –de momento-. De aceptar estas condiciones el PP, Ciudadanos siempre podrá rendir cuentas y hacer campaña con la idea que son el partido que ha logrado importantes victorias por la regeneración democrática, el eje de su discurso junto a la unidad de España, lo que explicaría la ausencia de medidas en materia de derechos sociales o económicas en las peticiones de Albert Rivera, entre otras. No en vano, las propuestas elegidas como exigencias al PP no crean grandes desacuerdos entre el electorado, son ideas que la gran mayoría de la población acepta independientemente de su ideología. Esto permite a Ciudadanos pues, mostrarse como el gran partido de Estado que viene a regenerar el país, la imagen que siempre han añorado y además hacerlo sin poner en aprietos al PP y sin generar ruido, lo que pasaría de poner sobre la mesa propuestas como la de suprimir las Diputaciones, a la que se comprometieron en el acuerdo con Pedro Sánchez.
Por último, con la suma resultante del acuerdo -169 escaños-, Ciudadanos redobla la presión sobre el PSOE para conseguir su abstención, dejando más cerca su teoría del bloque de partidos “constitucionalistas” vs Podemos y los nacionalistas. Aprovechando el clima ciudadano de hartazgo ante una hipotética cita electoral, Rivera con esta jugada pone más cerca que nunca una mayoría que lleva pidiendo desde su llegada a la política nacional y en la que se siente tremendamente a gusto, pues le permite a la vez poner enfrente a Podemos –en contra de las aspiraciones del PSOE- y seguir apareciendo como una opción útil ante los españoles, vista la falta de movilidad y capacidad negociadora del PP, así como su negativa a asumir compromisos claros en materia de regeneración y contra la corrupción.
Albert ha movido ficha y ha puesto en jaque a sus adversarios, pero el jaque mate sólo llegará con la abstención del PSOE. De no lograrlo, lo más probable es que pierda la partida en unas nuevas elecciones, pero por segunda vez consecutiva habrá quedado como el único que intenta desbloquear la situación. No parece mal movimiento, al fin y al cabo.