El primer proyecto de ley (Bill) fue aprobado en Reino Unido por el Parlamento inglés en 1689. Las trece colonias británicas originales de América del Norte consiguieron su independencia de la poderosa metrópoli en 1776 a través de la Declaración de Derechos de Virginia y la posterior Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Pocos años después, en 1789 la Revolución Francesa traía la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que sentaría las bases de la futura Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.
Estas fechas y algunas más de carácter histórico, son estudiadas y leídas por todos los estudiantes nacidos en el primer mundo. Se recuerdan con carácter teórico y como parte de la formación del mundo actual.
Fuera de ese ámbito encontramos una gran cantidad de derechos, que aunque están comenzando a tomar protagonismo de manera más fuerte en los últimos años, siempre han estado presentes de una u otra forma. En épocas de represión ideológica, el derecho al libre pensamiento, a la libre asociación, difusión o escritura, eran valores que aunque no estaban permitidos se tenía conciencia de ellos y se luchaba por conseguir. En épocas de represión laboral y social, el derecho a una vivienda digna, a un salario digno, al descanso semanal y a la abolición de la condiciones esclavistas fueron claves para conseguir otra serie de libertades que hoy en día nos permiten estar en el punto en el que estamos.
¿Tenemos que seguir haciendo frente a nuevos derechos? Por supuesto, con la evolución tecnológica y los cambios en la sociedad y en la formas de vida, se abren nuevos campos y siempre es necesario marcar límites que protejan nuestro derechos como seres humanos sociales y personales.
Es por ello fácilmente entendible que si hace casi 90 años se peleaba por el derecho al voto femenino, hace 50 se peleara por la libertad democrática, hace 20 por la apertura a Europa y hace menos de 15 por el derecho a contraer matrimonio con personas del mismo sexo… ¿Cómo no se va a pelear por la libertad de sentimiento personal?, ¿Por qué no puede entenderse que una persona nazca sintiendo algo que no es?, ¿Por qué es tan complicado imaginar que alguien pueda soñar con vestir zapatos de princesa cuando genéticamente le ha tocado calzar unas botas de fútbol?
El mundo, la sociedad y las personas están en constante evolución. Todo cambia. Pero los sentimientos que uno tiene al nacer perduran siempre. No se hace daño a nadie queriendo estar a gusto consigo mismo, en su forma de pensar, de vestir, de comer, de decidir, de amar, de soñar, de viajar, de estudiar, de trabajar…siempre que se respete la libertad de los demás. ¿Y qué libertad se rompe porque una niña quiera cortarse el pelo, jugar con coches de carreras e incluso plantearse cambiar de sexo algún día? Ninguno. Es una cuestión de escándalo público, de falta de miras o respeto a la vida. Porque no es cierto que los años determinen la plenitud de una vida, simplemente mide la longitud. Vivir en toda su esencia es sacar partido de todo lo que tienes a tu alcance, de ser feliz, de autorealizarse, de decidir lo que quieres y lo que no quieres, de equivocarte y aprender. Pero nunca de represión ni asimilación de “lo que te ha tocado vivir”. ¿Ser feliz con lo que uno tiene? En grandes rasgos sí, pero no con aquello que uno mismo puede cambiar o que la sociedad puede cooperar para hacer que cambie, hasta conseguir la plena felicidad de esa persona.
Triste es la vida que se quita, que se va, que no puede desarrollarse hasta su cúspide. Pero más triste es impedir que la libertad tenga sus límites en la propia génesis del ser humano. Libertad de decidir, libertad de ser, libertad de sentir.