Inicio Opinión Lo que podemos aprender del Brexit (II)

El resultado del referéndum en el el Reino Unido ha pillado a toda Europa por sorpresa. Aunque todos conocíamos la fecha, muy pocos se han preparado verdaderamente para una victoria del NO a Europa. Sin embargo, no debemos ser alarmistas, ya que las bolsas acostumbran a sufrir grandes oscilaciones en los momentos clave de la hostia reciente, haciendo todo más complicado. En lugar de ello, debemos aprender de todo lo que está sucediendo, colocar un hito en nuestra línea histórica para no volver a cometer los mismos errores que se han cometido hasta ahora.

Primero, los europeos del siglo XXI tenemos que entender que el status quo sí puede cambiar, y que todas estas décadas de inmovilidad no son la regla, sino la excepción. También es una excepción el crecimiento homogéneo tanto económico como cultural que hemos vivido. A veces, los cambios bruscos pueden suceder, y ello no nos debe asustar. Al contrario, debemos estar preparados e intentar que un incidente como Brexit se convierta en una oportunidad para hacer una Europa mejor, con un lugar para el Reino Unido también.

En segundo lugar, debemos entender que muchas cosas no van a cambiar. De hecho, la salida efectiva del Reino Unido de la UE no sucederá hasta dentro de un mínimo de 2 años. Además, los británicos seguirán yendo de vacaciones a Málaga, Salou o Mallorca: lo llevan haciendo más de 50 años. También podrán trabajar en España, hacer intercambios en la universidad… Los acuerdos de la UE han facilitado estos procesos, pero ya existían protocolos anteriormente que se podrán aplicar ahora.

Lo que sí puede cambiar es la geografía política del Reino Unido y sus diferentes naciones. Estudiando los datos arrojados por el referéndum, se observa una clara victoria del SÍ a la pertenencia tanto en Escocia como en Irlanda del Norte -aunque en menor medida en la segunda-. Esto significa que dos regiones históricas del Reino Unido, con un fuerte movimiento secesionista, están siendo obligadas por Inglaterra a abandonar una Unión Europea en la que ellos se sienten cómodos. Es probable que pidan un referéndum de secesión, y lo harían de manera legítima.

La UE, a su vez, debe aprovechar este momento para mostrarse fuerte y ser rígida con los que no creen en el proyecto común europeo. Después de tantos años de concesiones, la UE no debe dar un trato preferente ni a los miembros que la integran ni a aquéllos que la abandonan. La UE también debe escuchar: Brexit se caracteriza por una falta absoluta de diálogo y de empatía por ambas partes. Las quejas de los que ganaron el 24 de junio son, en parte, legítimas, e ignorarlas debilitaría una Unión que necesita reformas desde hace casi 10 años. Una democratización y una mayor transparencia de las instituciones europeas es necesaria, y ahora es el momento de hacer los cambios.

También se deben mejorar los argumentos contra movimientos antieuropeístas: tacharlos de populistas no convence a nadie, como tampoco convence el autoproclamarse demócratas y defensores de un sistema que no funciona desde hace algún tiempo, sin tener la voluntad de hacer ningún cambio. De hecho, se debe comenzar a utilizar argumentos más sofisticados y abandonar la palabrería y la demagogia que domina el panorama político actual. Estos métodos, que solo buscan la división del electorado -y por tanto de la sociedad- y que son utilizados por todos los bandos, sacan lo peor de nuestras culturas y no deben ser imitados, sino superados.

Para lograr este salto cualitativo en política, se debe fomentar también una escuela distinta que dé más relevancia a la capacidad crítica. Hoy en día, la competencia en el mercado laboral es brutal, y ello ha llevado a las instituciones educativas a crear perfiles técnicos, con conocimientos detalladas sobre el funcionamiento de procesos muy específicos. Esto ha creado una población con altos conocimientos en un campo, pero la ha dejado inútil a la hora de tener independencia intelectual, de protegerse de la calumnia y de detectar el engaño. Este hecho ha beneficiado a todos los líderes políticos hasta ahora, pero sus consecuencias negativas ya han empezado a aflorar.

A la hora de convencer a sus ciudadanos y sus estados miembros, la UE debe continuar a hacerlo con hechos (fondos de cohesión, becas Erasmus…) y no con amenazas, como ya comenzó a hacer el año pasado con Grecia. El referéndum griego del que pronto se cumple un año, era igual de legítimo que el británico pero no obtuvo la misma respuesta ni de Bruselas no de los otros estados europeos. Mientras que al Reino Unido se le dieron concesiones antes de organizar el referéndum, a Grecia solo se le dieron exigencias. Además, ambas -concesiones y exigencias- iban en contra de los pilares bases de la Unión Europea: la discriminación dentro de la Unión, tanto entre ciudadanos como entre países, no se puede tolerar, y no debe ser nunca aplaudida.

Finalmente, la UE debe promover el movimiento libre de ciudadanos en todo su territorio, haciendo insignia de aquello que ha conducido al desencanto británico. No se debe, en ningún caso, ceder a lo contrario, y no se debe dar ningún paso atrás. Solo así conseguiremos la supervivencia de una Unión que, a pesar de todo, nos ha dado a todos los europeos los mejores momentos de paz que jamás haya vivido nuestra historia.

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