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La segunda oportunidad de Íñigo4 minutos de lectura

por Jorge Osma
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«La fidelidad es lo que da valor a un destino». Con esta frase definía Joseph Goebbels su relación con la causa del III Reich y con el propio Führer.

Lejos de querer equiparar a los protagonistas de este análisis con los del régimen nazi, la fidelidad es una de las principales bazas con que cuenta todo movimiento político para triunfar de manera rápida y efectiva, no contar con fisuras en el plan. Y si éstas aparecen, eliminarlas.

Íñigo Errejón pasó de ser el cerebro de Podemos a convertirse en el principal escollo en el camino del liderazgo incuestionable de Pablo Iglesias, su amigo íntimo. El congreso conocido como “Vistalegre II” escenificó dos maneras diferentes de concebir un instrumento político que había crecido de manera desmedida en apenas tres años.

Pablo Iglesias prefirió rodearse de acólitos más próximos a las tesis aparentemente asamblearias como Rafa Mayoral, Pablo Echenique o Irene Montero para encumbrar un liderazgo que estaba llamado a convertirse en un gigante con los pies de barro.

Hoy, tras la creación de un nuevo partido primero regional y ahora nacional, Errejón ha conseguido demostrar que podía tener una segunda oportunidad tomando él las riendas del proyecto desde el primer momento, y con vistas a una nueva aventura política que buscase en la izquierda verde europea institucionalizada su modelo a seguir.

Si nos atenemos a los hechos, a día de hoy el programa de Más País, el nuevo partido de la izquierda española, sólo tiene un punto: favorecer un “gobierno progresista”.

Lejos de las habituales soflamas que sugieren que Errejón “debería estar en el PSOE”, lo que sí se puede afirmar a día de hoy es que el candidato de Más País ha sabido analizar la realidad política española y europea de manera más pragmática que Iglesias: fuera del Gobierno (nacional, autonómico o incluso municipal) también se pueden conseguir medidas del programa propio, también se puede presionar, también se puede llegar a acuerdos.

El “no” de Podemos a la propuesta socialista del mes de julio, que contemplaba una vicepresidencia y varios ministerios, entre ellos el de Sanidad, no sólo abocó a unas nuevas elecciones, sino que fue la señal definitiva para un plan que llevaba gestándose desde el 27 de mayo: el regreso a la palestra nacional del ex número 2 de Iglesias.

Y si de ese error nació Más País, de los cometidos en los 5 años de vida de Podemos debe hacer parte de su hoja de ruta.

El gigante con los pies de barro en que se ha convertido la formación morada tiene su origen no sólo en el hiperliderazgo de Iglesias (un mal endémico en la mayoría de los grandes partidos), sino también en una nula estructura territorial que buscó construir en pocos años lo que al PSOE le costó 40.

La estructura federalizada de los partidos busca asimilar la estructura orgánica a la estructura territorial de un país, pero también crear una jerarquía organizada que combine la toma de decisiones autónoma de cada territorio con la unidad de acción a nivel nacional.

Mientras en el Partido Popular o en el PSOE, los “viejos (pero bien estructurados) partidos”, los barones o baronesas tienen siempre la palabra en las decisiones nacionales de sus formaciones (tanto en los órganos de decisión como a la hora de hacer declaraciones a medios), Podemos antepuso la autonomía y la toma de decisiones digital a un verdadero control organizativo de sus filas.

No es de extrañar entonces que con el nacimiento de Más País hayan bastado unas horas para que los diputados de regiones como Murcia olvidasen el morado para apostar decididamente por el verde errejonista.

Y si es cierto que en dos meses es imposible desarrollar una red de apoyos a nivel nacional, las alianzas con otros partidos como Equo o la propia Chunta Aragonesista no son garantía de futuro. Suponiendo la creación de un grupo parlamentario propio a partir del 10 de noviembre, el futuro de Más País no puede depender de partidos afianzados en sus territorios a lo largo de los años con estructuras y sinergias completamente ajenas a la “central” de Madrid.

En su prosa barroca Quevedo tenía claro que «bien acierta quien sospecha que siempre yerra», pero la cuestión es, ¿lo sospechará Íñigo Errejón?

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