Grecia ha sido castigada por su comportamiento rebelde de este verano, y ahora, olvidada, se mantiene en una situación crítica que le impide impulsar su economía para volver a ser una economía sana
Grecia ha pasado de ser un tema candente durante el verano a convertirse en fondo de decoración de los periódicos en otoño. A pesar de que los griegos volvieron a las urnas, las noticias no fueron cubiertas con la misma intensidad con la que se cubrió el refeŕendum y los eventos que lo rodearon en el mes de junio. En aquel momento, no había un europeo que no supiera que “oji” significa no en griego, y que “né” significa sí. Sin embargo, los griegos hoy han sido olvidados y continúan viviendo en su tranquila lejanía, sufriendo los efectos de la crisis y la deuda igual o peor que hace unos meses. Parece que, tras su rebeldía, Europa los ha dejado marginados, ignorados, sufriendo por su valentía y coraje.
Grecia convocó en junio de 2015 un referéndum inaudito. En él, el Gobierno de Alexis Tsipras preguntaba a sus ciudadanos sobre el destino económico del país, y sobre cómo querían gestionar ellos las pocas posibilidades que se les había dejado desde los diferentes gobiernos europeos. En este referéndum, los griegos decidieron que su gobierno no continuara sucumbiendo a las imposiciones de sus acreedores, sin saber muy bien lo que ello pudiera significar en el futuro. Esta decisión, secundada por la mayoría de los ciudadanos griegos, fue una esperanza para aquellos griegos que no veían el final del túnel que ha supuesto la crisis. Muchos eran conscientes de que el cambio no sería necesariamente a mejor, pero sí que sabían que el camino que estaban siguiendo debía cambiar.
Lo increíble de este referéndum es que no animó únicamente a los griegos, sino que fue como un soplo de ilusión para todos los europeos que, extrañados, veían como un país entero estaba siendo sacrificado para continuar con una política fiscal y monetaria que, aún hoy en día, no tiene ningún tipo de fundamento. Los griegos, a través de la voluntad popular, fueron capaces de mostrar que un cambio en las políticas económicas europeas era posible. Unas políticas que parecían estar olvidando la fraternidad de los pueblos europeos y la primacía de los derechos humanos sobre cualquier otro interés común. Esto convirtió al pueblo griego de hoy en día en aquel Prometeo de su mitología que, en contra de la voluntad de los más poderosos, los dioses griegos -nuestra actual Troika-, robó el fuego del Olimpo para dárselo a los mortales, que vivían sin él en condiciones precarias.
Desafortunadamente, ni la historia del pueblo griego ni la de Prometeo tienen un feliz desenlace. Tras el acto de valentía, vino el castigo. Y los griegos fueron obligados a aceptar unas condiciones injustas y abusivas que les han condenado a la pobreza perenne. Igual que el Prometeo de su pasado, que es condenado a vivir encadenado en la cima de una montaña donde un águila le come el hígado lentamente durante el día, mientras que por la noche el hígado se regenera gracias a la inmortalidad de Prometeo. El resultado es que por la mañana el águila vuelve a venir a comerse las entrañas de Prometeo, ya regeneradas, y así hasta el fin de los tiempos.
En el caso de Grecia, la situación no es muy diferente. Después de ser el primer pueblo europeo que desafía las imposiciones de Alemania y del sistema capitalista, después de haber propuesto medidas que parecían efectivas contra la crisis pero que nada tienen que ver con la austeridad, los griegos están sufriendo un castigo que, por ahora, parece un castigo eterno, en el que las fechas de recuperación no aparecen hasta dentro de varias décadas. Lo interesante es que, ya en un principio, los griegos fueron castigados con las medidas de austeridad por haber manipulado sus cuentas. ¿A alguien se le ocurre un caso similar de manipulación que no haya recibido la misma represalia mediática en Europa?
Por ello, y en mi opinión personal, los griegos de hoy en día deben ser recordados como los héroes que desafiaron el poder establecido. Un poder desigual que no se cansa de ensanchar esas diferencias, de hacer más ricos a los ricos y de hacer más pobres al resto. Todo ello en un mundo donde el Centro de Europa sigue estando por encima del Sur, y donde la mentalidad centroeuropea sigue siendo la más apta, la más eficiente: la mejor. Sin embargo los griegos también han conseguido enseñar al mundo quién es más honrado y quién lo es menos: los acuerdos de este verano han causado una deflación en la economía griega, que sigue sin recuperarse. Estos acuerdos, además, no contaban con el apoyo del pueblo griego. ¿Quién tenía, después de todo, la razón?