Los ecos de aquellas reivindicaciones del 15-M se siguen escuchando hoy en día. Y con razón. ¿Quién puede negar, tras las elecciones municipales y autonómicas, que el cambio político en España no ha venido de la mano del empoderamiento de la mujer? Para hacer política de otra manera, son ellas las expertas y son ellas las que van a cambiar verdaderamente los métodos. Y ya lo están haciendo. Manuela Carmena, Ada Colau, Mónica Oltra. Las mujeres que han conquistado las urnas se reparten a lo largo y ancho del territorio.
Teresa Rodríguez dio el primer golpe sobre la mesa en las elecciones andaluzas, pero no fue más que el comienzo. Manuela Carmena, madre de todos los madrileños, ha destacado por haber pasado del anonimato a convertirse en el rostro de la esperanza. Un rostro que, además, ha sido múltiples veces retratado. Ella, junto a sus compañeros, no solo es una mujer, sino que representa unos valores femeninos que han sido relegados a la última fila de las prioridades políticas y sociales. Estos valores se encuentran continuamente atacados por el capitalismo y el neoliberalismo, que fomentan una competencia feroz y una prevalencia de lo eficiente sobre lo humano.
Sin embargo, mujeres como la valenciana Mónica Oltra creen que un gobierno eficaz tiene que dar la misma importancia a los grupos más fuertes y a los más débiles, o incluso más a estos últimos, que son los que finalmente lo necesitan más. Estos valores de atención al prójimo y ayuda a las personas repudiadas por la sociedad han sido tradicionalmente asociados a la mujer, y su promoción ha estado siempre subyugada a la supremacía de los valores masculinos, encarnados en figuras militares o políticas de las que todos nos acordamos.
Tampoco son éstas el tipo de personalidades a las que quiere rendir homenaje a Ada Colau, que sí dedicó unas palabras en su discurso de investidura a recordar a los barceloneses la importancia que algunas mujeres han tenido en el desarrollo de su ciudad. Lo hacía con la doble intención de dar a conocer sus nombres, profundamente olvidados, y de hacer entender a los ciudadanos que su alcaldía dará importancia a unos valores diferentes de los que solemos estar acostumbrados a admirar. O, mejor dicho, acostumbradas.
Es importante recalcar que este cambio de rumbo en los objetivos políticos de nuestros líderes no pertenecen únicamente a la mujer. Si bien son ellas las que encarnan estos valores de solidaridad e inclusión, también hay muchos hombres que los sienten como propios. Esto se debe a que los valores se asocian al género femenino pero no al sexo, lo que quiere decir que socialmente han estado ligados a la mujer, pero en realidad son humanos y nos pertenecen a todos y todas. De hecho, los valores asociados al género masculino también pueden verse representados en una mujer, como se lleva viendo en política interior y exterior durante varios años. Estas mujeres, aunque favorecen la inclusión de sus compañeras en los puestos de dirección y representación, no favorecen un cambio en las actitudes sociales que favorecen a las mayorías y que carecen de empatía por los grupos más minoritarios.
En conclusión, la mujer ha entrado finalmente en el cuadro político, y por ello podemos decir que hay una posibilidad real de cambio. Ya no gobierna el que chilla más fuerte o el que tiene más simpatizantes, sino que todos tenemos derechos inviolables y libertades garantizadas que estas mujeres deben proteger, ya que es la razón por la que han sido elegidas. Y menos mal que están ellas aquí para hacer cambios, porque la revolución será feministas o, simplemente, no será.